El enigma del scriptorium, Pedro Ruiz García: resumen por capítulos

El enigma del scriptorium es una novela dirigida al público juvenil escrita por Pedro Ruiz García. Un scriptorium era una sala de los monasterios medievales destinada especialmente a la copia de manuscritos. En esta novela, Francisca, es una joven de 15 años que trabaja de aprendiz en el scriptorium del rey Alfonso X el Sabio, en Toledo, en el siglo XIII; Francisca se ve envuelta en una compleja trama en esa ciudad, donde en el siglo XIII conviven las culturas cristiana, musulmana y judía. 

Resumen por capítulos 

1: El incendio

Era de noche y el scriptorium mostraba un aspecto diferente del habitual, cuando rebosaba de gente y actividad. Ahora solo quedaban tres personas, entre ellas mi maestro Yehuda, que estaban reunidas. Quería mostrarle mis avances pero la reunión se prolongaba, pronto los soldados cerrarían las puertas y al final decidi irme. Mis pasos hacían eco en la gran sala de copia, estaba oscuro pero conocía bien el lugar. Lorenzo, uno de los habituales guardias, no estaba, pero sí Ramiro y quise decirle que me iba, pero me encontré con Karim, el noble musulmán, consultando una pila de libros. Le dije que pronto cerrarían, pero enseguida se oyó un alboroto de tres o cuatro personas y luego le siguió un alarido espeluznante. Karim y yo nos acercamos corriendo y vimos alejarse a una figura humana alta con una antorcha y una espada. Fuimos tras él, pero consiguió escapar hacia fuera, bloqueando la puerta de salida. Volvimos al scriptorium y allí susurré el nombre de mi maestro. Me adentré más y vi finalmente a mi maestro Yehuda y otros dos maestros tendidos o recostados en una mesa de la que se alzaban ya peligrosamente llamas alimentadas por los pliegos que se acumulaban allí. Grité pero no obtuve respuesta por su parte.

Me llamo Francisca y tengo 15 años. Estamos en 1275. Todo esto es lo primero que se me viene a la cabeza cuando recuerdo todos lo que pasó después. El destino hizo que estuviese allí en ese momento y que mi vida cambiara. Yo solo era una aprendiz con un estilete para dibujar y un tratado de Maimónides gastado, y el scriptorium y la ciudad de Toledo eran mis lugares de vida. Pero mi vida cambió para siempre desde entonces. Pero volvamos a los días previos al suceso que he contado. 

2: Los juglares de Al-Ándalus

Mi amiga Almudena, que es dos años mayor que yo, me avisó al pasar por el scriptorium de que habían venido los juglares andalusíes. Quedamos allí para el almuerzo. Almudena era mi mejor amiga, siempre habíamos estado juntas. Ella trabajaba en la hospedería de doña Antonia, haciendo de todo. Cuando llegué a la plaza donde estaba los juglares,  Almudena alcanzó a verme entre el gentío y a duras penas llegué donde estaba ella, en la primera fila. Entre tanto hombre, en esos tumultos había de todo, desde mirones indiscretos hasta tipos que te tocaban. Ahí estaban los apuestos juglares, acompañando con la música al recitador que estaba contando la historia del Cid con doña Jimena. De pronto, desde el balcón de la plaza, cuatro sirvientes del rey tocaron las trompetas. Todos se fueron callando. Era un mensaje real. El rey Alfonso X comunicaba que un infante real había fallecido por una enfermedad. Las personas congregadas expresaron estupefección, primero, y desasosiego, después. Propuse a Almudena que nos fuéramos. El ambiente era peligroso.

3: El maestro Yehuda

Mi maestro en el scriptorium era Yehuda. Era un hombre maduro de aspecto frágil, pero tenía una dotes increíbles. Sabía hebreo, y mucho de matemáticas y astronomía, aparte de ser un experto dibujante. Iba a estar reunido y me ordenó que mientras acabase una orla, pero que hiciera cualquier otra cosa antes de seguir una vez acabada. Era vanguardista, se atrevió a dibujar animales, lo cual no estaba permitido para un judío. El rey Alfonso X el Sabio le acogió en su Escuela de Traductores, junto a un grupo selecto de sabios. El encargo que teníamos ahora entre manos era El Libro de ajedrez, al que el rey era muy aficionado. Acabé la filigrana que me ordenó acabar el maestro y a pesar de que sentía capacitada para acabar la lámina dibujada, no hice nada. Pensé en el rey, ya le había visto varias veces y evoqué sus facciones duras. En esto, Eliezer, hijo de Yehuda, me dijo, adivinado mi pensamiento, que ni se me ocurriera acabar la miniatura. Le repliqué que estaba harto preparada para ello, incluso el propio Yehuda había avalado mi capacidad, pero me seguía tratando com a una niña. Eliezer replicó que su padre no dudaría en expulsarle si desobedecía, por muy talentosa que fuese. Pensé que quizás era lo mejor.

4: El examen

Pocos eramos los que seguíamos de aprendices con 16 años. Primero hizo el examen Eliezer, que tuvo que traducir del hebreo al latín, y caligrafiar letras con mucho ornato. Los maestros dieron la prueba por superada. Hace un mes que yo había hecho mi examen. Ese día, me encontré frente a Yehuda y otros cuatro maestros. Yehuda me adelantó que no debería hacer ningún trabajo, sino solo contestar a unas preguntas. Y eran sobre el trabajo que Yehuda no me había permitido hacer pero que al final hice, en El libro de ajedrez. Me preguntaron por qué había dibujado al rey mirando a su oponente y no al tablero, y contesté que quería representar que el rey examinaba el pensamiento de su contrincante; luego me preguntaron por qué había dibujado al rey fuera de su trono, sino con los tros jugadores y dije que ere para recalcar la humildad del rey, y finalmente por qué había cambiado el dibujo del juego, de los dados a las tablas, y respondí que era porque las tablas era un juego no solo de azar sino también de reflexión y que ello me parecía más interesante. Luego hicieron comentarios aprobatorios entre ellos sobre mi ejecución técnica del dibujo, tras lo cual me dijeron que dejando a un lado la desobediencia tenía cualidades meritorias, por lo que continuaria de aprendiz en el taller, pero a la vez ingresaría como novicia dominica, tal como lo habñian arreglado el padre Matías y sor Clarisa. Me dieron la enhorabuena aunque Yehuda añadió que no me libraría del castigo por desobedecerle. Estaba contenta, pero ahora veía claro que hubiese sido imposible ser aprendiz en un taller de hombres sin ser monja. 

Ahora estaba también con Elezier, un mes después y le dije que tenía que salir a la hora del almuerzo. Los maestros llevaban reunidos varios horas y no sabíamos por qué. Sabíamos que estaba relacionado con la llegada de un extraño, un noble, quizás un encargo suyo. Un encargo no habitual, ya que estaban todos reunidos. Le dije a Elezier que salía, que había quedado con Almudena. Elezier se había formado desde pequeño en la religión judía, había estudiado la Torah y el Talmud, durante años, dedicando más de diez horas al día. Le comenté que podía seguir con nuestra traducción. Replicó que no dijera una palabra de eso, que nos descubrirían. Y es que gracias a Almudena ibamos a vender un manuscrito a un extrajero apadrinado por el abad de Cluny, en Francia. Se llamaba Luis de Auvernia y le íbamos a vender un tratado de medicina escrito por Maimónides. Elezier dijo que podia acabar en la hoguera, como una bruja, y que mejor era que deshiciéramos el trato. Le dije que tranquilo, que esta vez no iba a decir que el libro era nuestro. 

5: El conde Luis de Auvernia

Llegué a la plaza al mediodía, como convení con Almudena. Había mucho bullicio. Almudena ya estaba allí y  ya tenía localizado al extranjero. No era dificil, toda una corte de pajes y sirvientes le acompañaban. Toledo era entonces la capital del conocimiento europea y muchos nobles venían en busca de los tratados de Maimónides y Avicena, pero los manuscritos realizados por el scriptorium eran escasos, aunque los nobles estaban dispuestos a pagar lo que fuera. Y fue ahí donde yo vi el negocio. Mientas no acercamos a él, me fije en sus largas manos y en su atrayente rostro. Nos presentamos. Nos pidió hojear el códice. Solo habíamos traido unos cuadernillos. Los examinó con atención, tras lo cual nos dijo que el contenido no coincidía con la traducción latina que conocía. Le dijimos que estaba traducido de un original hebreo. Criticó la caligrafía. Resignada, quise recuperar los cuadernos, pero el conde añadió que sin duda era una traducción del original hebreo, con explicaciones muy novedosas y con una láminas extraordinarias. Pidió la bolsa de monedas a su sirviente y me la dio. Había diez veces más de lo que se acordó y así se lo hice notar, pero el conde añadió que el trato era solo para el primer cuadernillo. Ahora quería todo el libro. Almudena me pellizco para que callase y no metiese la pata. En un mes se iría de la ciudad, para entonces quería el libro entero. Y añadió que daría una recompensa si el acabado del libro mejoraba aún más. Que se lo hiciese saber todo a mi maestro. Para temrinar, dijo que estaba muy interesado en ese tipo de libros de medicina y que enviaría emisarios dos o tres veces al año a recogerlos. Nos despedimos con reverencia del conde, prometiendo comunicar todas sus peticiones a "nuestro maestro". Almudena saltó de alegría. En pocos días podría incluso dejar el scriptorium y trabajar por mi cuenta, sola, en un techo para mí sola. Yo ya había tomado la decisión, ni iría de novicia, menuda cárcel en vida, ni seguiría en el scriptorium. Solo Almudena y mi confesor conocían mi decisión. Le di diez maravedís a Almudena, como pactamos por buscarme clientes. El resto lo compartiría con Elezier, que traducía del hebreo, mientras yo dibujaba. El truco de Almudena para buscar clientes era hacerle la pelota al guardián del scriptorium, para que a cambio mandase a los extrajeros a hospedarse a la posada de doña Antonia donde trabajaba, ahí establecía contacto con ellos y llevando la conversación a los manuscritos, les hacía la oferta como al conde de Auvernia. Entre las ilustraciones, Francisca dibujaba desnudos para atraer a los compradores, a riesgo de que si la descubrían la culpasen de brujería o infiel.

6: Aguadora del scriptorium

Volví al scriptorium a comer. El cocinero era Antonio de Oñate. Nuestro privilegio de aprendiz era comer dos veces al día; pero todos los demás, amanuenses, matemáticos, traductores, ..., disponían además de alojamiento en los palacios principescos, e incluso disfrutar de la amistad del rey. En la mesa, le hice entender a Eliezer que la cosa no había salido bien, y se enfadó muchísimo, pero luego le enseñé con discreción la bolsa con monedas. Se quedó asombrado. Su padre y los otros dos maestros seguían reunidos, cosa rara. Un noble, con el rostro oculto, se había reunido con ellos, pero al mediodía se había ido. 

Fui a llenar cántaros de agua al pozo de la plaza, como se me había ordenado. Llegué a la plaza tras cruzarme en la puerta del scriptorium con Ramiro, el guardián borde. Había mucha gente frente al pozo, pero de pronto se abrió entre la muchedumbre un vacío de donde salió un caballo negro del que se apeó un jinete. En el barullo, me caí y se me rompió la falda. El jinete tenía los ojos negros y la mirada inquietante, una cicatriz curzaba su cara. No debería tener más de 20 años. Pidió agua al aguador y  me observó fijamente. Al ver mi falda rota, me lanzó una moneda. Sin más, montó de nuevo al caballo y se dirigió hacia el alcázar real.

7: Una cita en medio de la noche

A la vuelta, el guardián Lorenzo me saludó, pero Ramiro estaba igual de borde. Fui donde Eliezer y me dijo que era increible, pero que seguían reunidos su padre, Yehuda, y los otros dos maestros. Oñate les acababa de llevar alog de comer y solo le había dicho que estaban estudiando legajos antiguos. Yo tenía que proseguir con mis trabajos de limpieza y ordenar, por ser aprendiz eso no había cambiado en nada. También debía controlar que los cubos de agua entre las mesas del scriptorium estuviesen llenos. Estos cubos servían para apagar los fuegos que podían producir las velas y candiles que estaban sobre las mesas. Desgraciadamente, en el pasado se habían quemado muchos manuscritos y por eso se guardaba siempre una copia de ellos. Anocheció y yo me quedé esperando órdenes de los maestros hasta que Lorenzo me dijo que tenían que cerrar, Eliezer ya se había ido media hora antes. Me dirigí a mi cita con don Martín en la parroquia, que era astrónomo y al que prestaba mis servicios como dibujante a cambio de un sueldo modesto. Yehuda era gran amigo suyo. Mi trabajo consistía en dibujar la variación de los astros en el cielo de la noche. Como el paso a la parroquia estaba cerrado de noche, me enseñó otro camino por galerías subterráneas. Yehuda me animó a coger el trabajo con don Martín, me dijo que era un gran sabio y que aprendería mucho con él. 

8: Sor Clarisa

A la mañana siguiente me desperté como todos los días en mi celda del hospicio. Me recreé un rato mirando las monedas en la bolsa de cuero que me dió el conde. Por lo demás pocas eran mis pertenencias, el tratado de Maimónides que me regaló Yehuda, el stilarium con mis útiles de dibujo y mi ropa. Sor Clarisa ya me había remendado la falda. El desayuno fue especialmente bueno ese día y me puse contenta por ello. Sor Clarisa lo notó. Yo era su favorita entre todas las chicas y para mí siempre había sido como una madre. Pero algúin día tendría que decirle que no ingresaría de novicia y que me dedicaría a dibujar por mi cuenta. Me dirigí a la Escuela de Traductores, desoesa de reencontrarme con Eliezer. Cuando le vi, estaba serio. Su padre y los maestros seguían reunidos. De pronto, vinos entrar rápido al mismo hombre misterioso con la capa a la habitación de los maestros. Llevaba espada y cuchillo y en el pecho el emblema de Castilla. Yehuda le abrió la puerta y pude ver a losotros dos maestros leyendo manuscritos con atención. Cuando salió del scriptorium pude ver que llevaba un anillo de oro con el emblema real, lo que significaba que era alguien importante. Eliezer se dirigió donde su padre, pero este le cerró la puerta sin más explicaciones. Era todo raro y se me ocurrió que todo tenía que ver con la muerte del heredero. 

9: Un encuentro inesperado

Despues de tres horas trabajando en el scriptorium, quise dedicarme a otra cosa y me fui a ayudarle al capellán Gaspar. Él fue quién hace cuatro años, tras ver que en sus clases de doctrina cristiana me ponía a dibujar de aburrida que estaba, enseñó mis dibujos, que le parecían buenísimos, a Yehuda para luego este cogerme como alumna. Gaspar hacía funciones también de bibliotecario en el scriptorium, a cuya biblioteca acudían sabios de todas los rincones y religiones para consultar las obras de los sabios allí guardadas con celo. A mí me encantaba moverme entre las estanterías de legajos con sus cintas de cuero donde ponía el título. Cuando estaba terminando de colocar en las estantería unos legajos, entró el hombre misterioso que vi en la plaza del agua. No reparó en mi al principio, pero luego me preguntó por un libro. Tenía acento de Al-Andalus. Aún con su cicatriz, ahora tenía un aspecto menos inquietante, con barba recortada y perfumado. Me reconoció como la aguadora y se extrañó de verme allí. Le dije que yo no podía ayudarle. El libro que deseaba era sobre medicina. Finalmente, hice caso a su petición, dado que era sin duda un noble. Le dije que iba a avisar al bibliotecario, pero antes me comentó que el cántaro que llevaba en la plaza estaba excelsamente dibujado, que merecía estar en un palacio, que tenía mérito. Sabía que era yo la dibujante por mis manos llenas de tinta. Se presentó como Karim y yo también le di mi nombre. Finalmente, fui donde Gaspar a que abriera el armario y le entregara el libro. Regresé a mi puesto a trabajar. A la hora de comer, los asientos de los tres maestros estaban vacíos, luego seguían reunidos tras dos días ya. Eliezer ya estaba muy preocupado. A la tarde Eliezer se fue porque tenía que ayudar a su madre, pero yo me quedé un poco más para ver si Yehuda salía finalmente y me daba alguna otra tarea. Fue en balde, anocheció, recogí mis útiles, era tarde y Ramiro ya casi me echaba fuera porque iba a cerrar. Salí y al pasar por la biblioteca oí el sonido de un libro al caer. Karim, el noble musulmán, seguía en la biblioteca, deduje. Lo que ocurrió luego, los gritos y la huida de un hombre con capa y espada, fue aquello con lo que comencé este libro. 

10: Los tres maestros

El cuarto donde estaban los maestros estaba envuelto en humo. y dos de mis maestros estaban inconscientes, seguramente por el humo inhalado. Karim quiso echar un cubo de agua pero le paré y le señalé la capa. Extendí la capa sobre las llamas y con varias sacudidas logró poco a poco extinguir las llamas. Abrí la ventana y el humo se fue disipando. Entonces pude ver horrorizada que Yehuda presentaba además una herida de la que manaba sangre. Sus ojos abiertos mostraban serenidad. Fray Núñez estaba en una silla con la cabeza echada hacia atrás y encontramos a Abdel Hadi en el suelo. Estaban muertos. Me quedé espantada. Grité. Quise llorar, correr, ... Karim observó la mesa, estaba llena de dibujos que parecían extraños jeroglíficos. Karim me preguntó que hacían allí. Contesté que cumplir un encargo, supongo. Pero no tenía ni idea. Pensé en quién iba a dar la noticia a Eliezer y a su familia. Karim me llevó fuera de la estancia y me sentó en la silla, antes de que desfalleciera. Me preguntó si conocía al tipo que había huido. Le dije que quizás. Sí, vestía una capa como el de la mañana que tuvo una discusión con los maestros. Se oyeron voces y entró Ramiro, el guardián malo. Karim le preguntó agresivamente por qué no estaba en la puerta cuando todo ha sucedido. Ramiro dijo que no sabía nada, que solo había visto las llamas. Karim siguió interrogando a Ramiro, hasta que los soldados del rey le tuvieron que parar, cuando ya forcejeaba con Ramiro. Ramiro dijo que su turno ya había acabado. Que Yehuda tenía sus propias llaves. Karim le preguntó si no había visto salir a nadie. A que venía ese interrogatorio, preguntó Ramiro. Karim le señaló la estancia. Cuando entró y vio la escena ordenó inmediatamente que llamaran al alguacil. Yo me eché a llorar desconsoladamente. 

11: El alguacil Ruipérez

El alguacil Ruipérez era un hombre corpulento. Era estricto e inmisericorde cuando tenía que hacer su trabajo. La gente le respetaba. Karim le contó todo lo que habían presenciado. El alguacil preguntó cómo era posible que estando la puerta cerrada alguién pudiese entrar. Nos interrogó una y otra vez. El director del scriptorium apareció durante el interrogatorio. Karim dijo que estaba a punto de dar caza al intruso cuando bloqueó la puerta desde fuera. Karim estaba seguro de que tenía que poseer la llave. El alguacil se extraño de que Ramiro que estaba todavía cerca de la puerta, no viese entrar y salir a nadie. Sospecha que Karim recibió con aprobación. Luego le tuvimos que contar que nosotros nos habíamos conocido el mismo día y que Karim había venido por un códice, como podía verse en el registro. Me preguntó porque no me había ido a la hora de cierre. El directo oía todo con atención. Le dije que había oído unos ruidos, había pensado que quedaba alguien y avisado a Ramiro que estaba dando una ronda. Fue entonces cuando oyo ajetreo y la silueta alta saliendo. El alguacil dijo que nos tenía que llevar al calabozo y que allí seguirían los interrogatorios. Karim le dijo que era un caballero del rey. El alguacil le contestó que era él en se momento quien decidía sobre los asuntos de la ciudad. El director intervino. Dijo que yo llevaba años trabajando en el scriptorium y que Karim había hecho muchos servicios al rey, y que nuestro juramento de no salir de la ciudad era suficiente para no encarcelarnos. Al final el alguacil accedió, por la relaciones que el director tenía con el rey. Karim juró solemnemente por Alá y yo también juré. El director respiró tranquilo y fue a la estancia de los hechos, tras pedir pedir permiso al alguacil, que fue con él. 

Yo estaba mareada y Karim se arrodilló ante mí. Dijo que los muertos eran gente importante, relacionada con el rey, y que el alguacil pondría todo su empeño en resolver el crimen. Que buscaría culpables. Y que los interrogatorios en los calabozos incluían la tortura hasta confesar. Y que nosotros éramos los principales sospechosos. Me dijo que teníamos que volver a la estancia y buscar pistas. Yo no quería volver. Él dijo que quizás era nuestra única oportunidad.

12: Los códices de los reyes

Cuando entramos al scriptorium había mucho tufo a quemado. El alguacil, que estaba con el deán, nos dijo que nos fuéramos, que no hacíamos nada ahí. Karim dijo que solo queria recuperar su capa. Añadió que un ode los maestros muertos era Abdel Hadi, un sabio conocido de oriente a occidente y que su pueblo había perdido un gran personaje, ... Aproveché el rollo que les estaba metiendo Karim, para examinar la estancia. Había sangre alrededor de una gran mesa, encima de la cual se esparcían pergaminos y códices; puede ver que uno era sobre criptografía. Sobre la mesa de Yehuda los había sobre historia, pero en uno de los pliegos había extraños símbolos. Del suelo disimuladamente cogí un pliego con un mapa donde aparecían Jerusalén, Roma y Toledo, detrás del cual se podía leer : «Obscurum per obscurius... C3X fdqyfzpa». En la mesa de Fray Núnez pude ver un poemario, al que le faltaba una página. Iba a ver el título de portada, pero el alguacil se dio cuenta y me agarró. Largo de aquí, me dijo,si no os encierro. Ya fuera y tranquilizada por Karim, le pude decir que no habñia visto la portada pero por las miniaturas dibujadas sabía que eran las Cántigas de Santa María, y que les faltaba una página. Le enseñé el pliego que había podido coger y le enseñé el mapa con la extraña anotación. Parecía como si los maestros estuviesen investigando algo.  Nada más que comentar. Le dije que me tenía que ir. Salí fuera de las murallas a escondidas, por los hediondos desagües, que me dieron violentas arcadas. Cerca del río me derumbé y lloré un largo rato. Acababa de jurar que no saldría de la ciudad y ya estaba fuera. Sor Clarisa estaría preocupada. Era una noche hermosa y fueron viniendo a mi mente todas las imágenes de las horas previas. Las tres ciudades, mensajes secretos, ... Y me vino a la cabeza, el nexo común de todo: la leyenda de la mesa del rey Salomón.

13: La mesa del rey Salomón

Cuando los romanos conquistaron Jerusalén, se hicieron con los tesoros del rey Salomón, hijo del rey David, entre ellos una mesa de oro decorada con piedras preciosas con un significado sagrado. Siglos más tarde, en le siglo IV, Alarico entró en Roma y se hizo con la mesa, entre otros tesoros, y la llevó a la capital visigoda, Toledo. Cuando Tariq con sus huestes musulmanas invadió la península, quiso conquistar ante todo con la ciudad Toledo, para hacerse con la legendaria mesa. A oesar de que actúo con rapidez, no encontró nada. Interrogó a guardias reales para que le dieran el paradero de la mesa. Uno de ellos le contó la leyenda según la cual Hércules construyó un palacio subterráneo en la ciudad para custodiar un secrero y que la entrada estaba protegida por diez guardias. Cada gobernante añadía un candado a la puerta del palacio. Eran los hijos de los guardias lo que heredaban el cargo, para guardar mejor el secreto. Así hasta que don Rodrigo recibió la información de parte de su padre del secreto. Cegado por la curiosidad, descerrajó 24 candados, pero en el interior no encontró sino una tela que desenrollada mostraba una huestes musulmanas y en la que podía leer que el día que la tela fuese extendida, tropas musulmanas entrarían en la península y serían los señores de ella. Abrumado por la culpa y queriendo expiar su falta, introdujo la mesa de oro en el palacio. Al poco el palacio se derrumbó. Otros dicen que se quemó. En todo caso, Tariq no pudo entrar, aunque algunos dijeron que al final de su vida encontró el palacio y la mesa, pero que lo mantuvo en secreto para no tener que entregársela a su califa. 

Me desperté aterida de frío y dolorida alas dos o tres horas. Recordé todo lo ocurrido, era real, no una pesadilla. Ahora, ya fuera, podía huir, pero si lo hacía todos pensarían que era ella la culpable de lo ocurrido y prenderían además a Karim. Caminé y mientras pensé que la única solución era encontrar a la persona que había contactado con los maestros. Solo tenía como pista los documentos que había visto y el pliego en mi poder. Se lo tenía wue enseñar a don Martín, mi confesor, él quizás sabría interpretar todo aquello. Sor Clarisa tendría que esperar todavía un poco más. 

14: Don Martín

Emprendí el camino de vuelta a la ciudad por el mismo camino, por los desagües. Ahora tenía que llegar a la iglesia de San Ginés. Estaba oscuro todavía. Todavía tuvo que recorrer un laberinto de galerías hasta llegar a la puerta de la iglesia. Cogí la llave del escondite que me digo un día el propio don Martín y entré en la nave de la iglesia. Mis pasos retumbaban. Fui a la sacristía y allí estaba don Martín, entre sus documentos. Se sorprendió pero luego enseguida se tranquilizó. Le dije que había ocurrido algo. Él ya sabía lo sucedido. Yo recordé lo ocurrido y me puse a llorar. Me dio agua para que me refrescase. Me preguntó si estaba en el scriptorium cuando ocurrió todo, pero yo le prometí que no tenía nada que ver en los asesinatos. Me tranquilizó, me dijo que me conocía y que sabía que no era capaz de algo semejante. Subimos al campanario, donde había aire más fresco. 

Don Martín provenía de una familia noble pero como no el primogénito tuvo que buscar otro camino al de heredero del título. Eligió el de la vida religiosa, porque ser caballero o escudero del rey no le atraía. Finalmente acabó como párroco en San Ginés y astrónomo en el scriptorium. La iglesia estaba enun alto con lo que era ideal para observar los astros de noche. De día dormía, dejando las responsabilidades de las misas a un sacerdote joven. Siendo sacerdote, no le podŕian acusar de brujería o herejía como astrónomo.

Me senté al lado de su mesa llena de pliegos donde destacaba un tratado de astronomía. Fuera, la luz naranja de las antorchas iluminaba laciudad. Le empecé a explicar la escena con el alguacil, pero me contestó que no tenía necesidad de explicarme. Le dije que había ido a contárselo. No hay prisa, contestó.

15: El mensaje en clave

Respiré hondo. Contñe como estuvieron reunidos los tres maestros día y medio. Cómo conocí a Karim. El incendio y descubrimiento de los cuerpos. Las sospechas sobre el guardia. La actitud del alguacil hacia nosotros. Los tratados y manuscritos que pude ver, y el hilo conductor entre ellos: la mesa del rey Salomón. Don Martín escuchó en silencio y al final me dijo que si estuvieron tanto tiempo es porque se sentían obligados o amenazados por alguien importante. Y seguramente los mataron cuando el interesado consiguió lo que quería, para librarse de los testigos. Alguien muy poderoso estaba buscando algo muy valioso, algo que merecía la pena tomar el riesgo de matarlos. Me acordé del pleigo que cogí y se lo enseñé a don Martín. Obscurum per obscurius... C3X fdqyfzpa. Le dije que había en la mesa un libro de criptografía, que yo pensaba que era una cosa sencilla. Me contó que los mensajes en clave habían sido fundamentales en la historia, desde los egipcios hasta entonces, pasando por griegos, romanos, árabes y cristianos, y que de sencillo nada. Tenía claro que los maestros intentaron descifrar el mensaje. Sobre la mesa del rey Salomón, me dijo que el tesoro no se limitaba a la mesa sino que era mucho más rico aún, con toda clase de objetos preciosos. Según alguna versión, el rey Alfonso VI, tras conquistar Toledo a los árabes, encontró el tesoro pero lo mantuvo en secreto temeroso de que los árabes volvieran a tomar la ciudad. Deduje que entonces su sucesor,  aunque 200 años más tarde, debía conocer dónde estaba el tesoro. Don Martín era escéptico en todo, en cambio. Creía que el tesoro no estaba en la ciudad, pero que había alguien que pensaba que sí, y por eso mató a los tres maestros. Me dijo que debía andar con cuidado, que seguro que yo y Karim eramos los principales sospechosos para el alguacil y por tanto para el rey, y que aunque finalmente no sea la culpable, el alguacil me tomaría como chivo expiatorio. Don Martín pensó que era importante saber que contenia la página 16 del libro de la mesa del scriptorium, como yo había le habia dicho, donde ocurrieron los asesinatos. Sabía que había una copia de ese libro en el otro scriptorium de Toledo, el de la catedral. Pero hacía falta el permiso del arzobispo para acceder y era público que don Martín no se llevaba bien con él, desde que el Concilio propuso que se retrasara un año la subida del diezmo a los judíos por la mala cosecha. Pero tenía amigos en aquel scriptorium. ya haría algo. Me dijo que descansara. Pensé en sor Clarisa, estaría rezando como una loca por mí. Me dijo don Martín que mejor no le contase nada.

16: Novedades en el scriptorium real

Llegué al scriptorium por la mañana. Allí éramos solo cinco chicas. Dos éramos pobres y las otras tres pertenecían a la nobleza y eran novicias, ya que no habían enconytrado sus familias marido adecuado para ellas. La razón de que fuésemos tan pocas las mujeres, las del pueblo llano, en el scriptorium, era que en general pasaban a la edad adulta sin saber leer ni escribir. 

Después de ayudar en la biblioteca fui a mi puesto de miniaturista y encontré en él a otro aprendiz más joven, utilizando mis útiles de dibujo. Lo siento, oí detrás mío. Era el deán Arribas, director del scriptorium. Me dijo que ningún maestro quería disponer de mis servicios hasta que se aclarara el asunto. Era tan injusto. Fui corriendo a la calle llorando y allí sentí un brazo que me cojía. Era Karim. Quería hablar conmigo, pero yo no estaba en mi mejor momento. Le pedí que me soltara. Me dijo que si no actuábamos, nos prenderían en poco tiempo. El deán solo había conseguido retrasarlo unas horas. Me dijo que estaba seguro que el guardían Ramiro tenía algo que ver con la muerte de los maestros. Su llave estaba manchada de sangre y la antorcha que estaba fuera en lel suelo también. Además, si estaba tan cerca, ¿cómo es posible que no viera al asesino? El hecho de que el alguacil le proteja, con indicios tan evidentes, significaba para él que aquel también tenía algo que ver en el asunto. Karim dijo que el secreto debía de estar en la página arrancada de las Cántigas, algo debía haber ahí para que mataran a tres personas. Karim estaba nervioso y me presionaba.  Le dije que solo había una copia en el scriptorium, aunque el insistía en que debía haber algún maestro con alguna copia. Finalmente, le dije que sabía que existía otra copia en el scriptorium de la catedral  y que don Martín me la conseguiría en pocos días. Me dijo que solo teníamos unas horas, que era nuestra única esperanza, porque presos del alguacil no podríamos hacer nada. Le dije que tenía confianza en don Marín, que había amigo íntimo de Yehuda. Al mencionar su nombre, me vinieron a la cabeza las escenas del asesinato y del fuego. Salí corriendo entre lágrimas. Karim me dejó ir.

17: La judería

Camine deprisa durante un par de horas, llorando y lamentándome, aunque finalmente decidí que así no conseguía nada. Mis piernas me llevaron a la judería, al barrio judío. Pensé en Eliezer. Merecía saber lo que había pasado. Me paré ante su casa y entré. Me encontré una entrada refinada y austera, con máximas de la Torá cinceladas en las paredes. No había imágenes divinas, ya que en el judaísmo no está permitido representar a Dios. Habúa un numeroso grupo de gnte, sobte todo mujeres, y mas allá otro grupo mñas pequeño, alrededor del cuerpo inerte de Yehuda. De prontó, sentí una voz y me giré. Era Almudena. Me dijo que era mejor si salíamos. La gente ya me estaba mirando mal. Almudena estaba seria y fría conmigo. De pronto, detrás suyo vi aparecer a Eliezer. Noté los latidos del corazón golpear mi pecho. Venía serio pero tranquilo. Le dijé que sentía la muerte de su padre. Lo sé, dijo, y me dión un fuerte abrazo. Lloŕe durante un buen rato. Luego, más tranquila, les conté lo sucedido a Eliezer y Almudena, que Ramiro iba a cerrar el scriptorium y fui a avisar a Karim, un nomble musulmán que había conocido, que debía irse, y entonces ocurrió todo. Les dí todos los detalles, incluyendo la pista de la página arrancada de las Cantigas. Les comenté las sospechas que tenía sobre el alguacil y Ramiro, que el alguacil estaba claro que buscaba un chivo expiatorio o que estaba de algún modo implicado en la muerte de las maestros. Almudena añadió que árabes, cristianos y judíos, las tres comunidades, querían que se encontrase al culpable ya. Dije que tenía que conseguir esa página como fuese. Eliezer dijo que era muy difícil entrar en el scriptorium de la catedral, imposible sin autorización, y siempre con movimientos limitados. Pero Almudena dijo que sabía que en misa de vísperas, a la tarde, todos iban a la catedral, y que sabía cómo conseguir la llave en ese momento. 

18: Misa de vísperas

Me dirigí hacia la catedral y su scriptorium que formaban parte del mismo complejo. Puede ver, ya en la hora de la misa de vísperas, como los clérigos salían del scriptorium e iban hacia la catedral y detrás de ellos un guardia. El guardia era como un soso e iba fuertemente armado, con espada y cuchillo. Y llevaba el manojo de llaves. Detrás mío alguien me empezo halabar. ¿Cómo piensas quitarle las llaves?, me preguntó. Era Karim, no le había visto porque iba disfrazado de clérigo. Y añadió que a él también le estaban siguiendo, el segundo guardia compañero de Ramiro en el scriptorium real. Me agarró del brazo y me llevó entre la gente a una callejuela, nos paramos frente a un burdel y allí me metió a la fuerza. Por un resquicio pudimos ver como el guardia pasaba de largo en nuestra busca. Karim dio una moneda a la prostituta que apareció, que se pensaba realmente otra cosa. Le dije a Karim que para conseguir la llave debía ir a una taberna cercana, la taberna de doña Antonia. Tendríamos solo 45 minutos para entrar, buscar el ejemplar, coger la página y escapar. Le conté también nuestra hipótesis, que todo estaba relacionado con el tesoro de Salomón. Estalló en carcajadas cuando oyó la historia. En la taberna me conocían, ya que allí me encontraba con Almudena. Junto al mostrador me puse a llenar varias jarras de vino, disimulando. Almudena me dijo que el guardia siempre iba a la taberna en ese intervalo y urdió el plan que ahora mismo estaba contemplando. La atractiva Almudena estaba sentada provocativamente encima del guardián al que habían servido vino sin aguar. Ya estaba borracho. Eliezer en la mesa de la lado aprovechó para quitarle el manojo de llaves. Eliezer salió y me dio las llaves, no sin antes protestar por la presencia de un monje conmigo. Le dije que era Karim, caballero Soy Karim, caballero del rey don Alfonso. Presenté Eliezer a Karim como hijo de Yehuda. Eliezer no se tranquilizó, dijo que le había dicho que lo haríamos solos, y que era Karim era sospechoso. Karim juró que no tenía nada que ver en la muerte de su padre. No tenemos tiempo, dije, ya hablaremos luego. 

19: El scriptorium de la catedral

 Tras atravesar la concurrida plaza contigua a la catedral, llegamos a la entrada del scriptorium de la catedral. Por desgracia, nos encontramos yo, Eliezer y Karim, que iba disfrazado de monje, con un guardia que nos vetó la entrada hasta que acabase la misa. Le dijimos que teníamos que entregar unas velas para el scriptorium. El guardia no cedió. Le dijimos que era un pedido urgente porque si no el scriptorium corría el riesgo inminente de quedarse sin luz y que si no las dejábamos dentro antes de que acabara la misa, tendría que vérselas con el responsable del scriptorium. Al fina le convencimos y nos dio tres minutos. Entramos y perdidos de la vista del guardia, echamos a correr, Eliezer conocía el lugar y nos guiaba. Nos vio un novicio que se quedó asustado. Llegamos al lugar preciso, con una puerta, que Eliezer probando las llaves al final llegó a abrir. Fuimos a la estancia de los ejemplares más valiosos. Como los ejemplares estaban marcados, enseguida dimos con el que buscábamos, pero estaba en una estantería cerrada con malla. Karim la abrió hábilmente con un cuchillo, y enseguida accedimos a las Cántigas. Cogimos las páginas 16 y 17 y nos pusimos a copiar todo. Pensábamos que nos iba a dar tiempo, pero a los cinco minutos, Karim nos apremió, ya que oía revuelo a lo lejos. Salimos por una ventana y entornada vi como clérigos acompañaban al novicio y el guardia, este ya con la espada desenvainada. Ya habíamos copiado algo de lo que queríamos y recogido los útiles. Llegamos a la plaza, descolgándonos por la ventana. Ya en la plaza, observé que el novicio nos veía desde la ventana. Les dije a mis compañeros que nos diésemos prisa.

20: Tres contra uno

Estaba deprimida por haber podido copiar solo una parte de las páginas. Les dije a mis compñaeros que debíamos intentar entrar  otra vez. Eliezer dijo que no era necesario. Nos mostró la Torá que llevaba y dentro encontramos pliegos en latín. Había hecho cambiazo. Nos llevaría días descifrar la clave incluso con esas hojas, lo sabíamos. Incluso los sabios maestros no habían podido. Sin embargo, disponíamos de la ayuda de don Martín. Eliezer me dio el libro y volvió a la taberna a devolver las llaves a Almudena antes de que el guardia se diese cuenta de que le faltaban. Quedamos en la iglesia de San Ginés, la de don Martín, en una hora. Tras separarnos, Karim se dio cuenta de que nos seguían. Me dijo que corriera pero nos alcanzaron. Eran Ramiro, el guardian, el sodado al que habíamos despistado hace un rato y un caballero de capa negra con un medallón de oro en el pecho. Ramiro dijo que tenía orden de prendernos, porque había aparecido una daga de Karim en el scriptorium. Karim reconoció que esa daga que describió era suya pero no la había sacado de sus aposentos en Toledo. Ramiro dijo que les teníamos que acompañar, a las buenas o a las malas. Karim dijo que no podía ir con ellos. Los tres desenvainaron sus armas. Karim me dijo que corriese hasta San Ginés y él se quedó luchando contra las arremetidas de los tres hombres. Pude ver que a duras penas se defendía. 

21: Iglesia de San Ginés

Llegué a la iglesia empapada en sudor. Aproveché la entrada de mujeres enlutadas para entrar yo también a la iglesia y dirigirme a la sacristía. Toqué la puerta y entré. Don Martín estaba entre sus papeles como se siempre y se sobresaltó. Le dije que habían intentado prendernos y luego dejé el liber de las Cántigas ante sus ojos. Se quedó de piedra, pero enseguida dijo que si lo habíamos robado el arzobispo no lo perdonaría. Dije que lo devolveríamos en cuanto descifráramos la clave. Me ofreció beber y comer algo y mientras en mi mente empezó a aflorar la idea de que quizás no estaba tan segura allí. Volvió con don Martín que ya había dispuesto el liber de las Cántigas con material de escritura para descifrar. Le conté como lo habíamos conseguido. Don Martín dijo que para él tampoco había marcha atrás. Ya estaba involucrado del todo, y además todo ello se lo debía a sus amigos muertos. Me enseño un tratado de criptografía árabe que iba a utilizar y vi que era el mismo que había en la mesa del scriptorium después de los asesinatos. Don Martín reconoció que le iba a costar mucho descifrar la clave. Dos pistas: las páginas del liber, por un lado, y el mensaje en clave, por otro. Empezamos por la clave: Obscurum per obscurius… C3X fdqyfzpa. La expresión latina era un aforismo esotérico que significaba "a lo oscuro por lo oscuro y a lo desconocido por lo desconocido". Lo difícil era lo siguiente. Empezamos entonces por escribir las primeras letras de cada línea de las páginas en cuestión, a ver si sacábamos algo, luego poniendo el texto del revés, y terminando por hacer corresponder unas letras con otras. Nada. 

Me di cuenta de que Eliezer y Karim ya tenían que haber llegado. Don Martín intentó tranquilizarme. Eliezer estaría en el velatorio, y Karim, si le habían apresado, todavía debía ser juzgado, y dado que gozaba del favor del rey, dudaba de que lo torturasen y sacasen una confesión falsa. Respecto a mi, me preguntó si tenían alguna prueba en mi contra. Le dije que solo tenía el libro de Maimónides y el dinero ganado por nuestra cuenta con la copia furtiva de manuscritos. Me dijo que deshiciese tanto del libro como del dinero. Le dije que no podía,  que el libro era un regalo de mi maestro y que el dinero lo había ganado. Y replicó que a diferencia de Karim, yo era una simple huérfana, que ante cualquier indicio, irían a por mi. Me dijo que corriera rápido a deshacerme de todo aquello. 

22: Malas noticias

A la vez que me apresuraba para llegar al convento, no podía dejar de pensar en Eliezer y Karim. Entré a escondidas al convento y cuando llegué a mi celda, pude ver trastornada que habían revuelto todo. Habían rajado el jergón, mi poca ropa estaba desperdigada. Enseguida vi que mi dinero, mis útiles y mi libro habían desaparecido. Me eché a llorar. Una luz se acercó, me oculté. Pero era sor Clarisa, que me dijo que me acusaban de proteger a un asesino. Busqué su abrazo. Dijo que lamentablemente no pudo hacer nada por evitarlo, el alguacil vio y se llevó mis pertenencias. Se sentía culpable. Dijo que lo había intentado evitar, pero que era en balde. Me reveló que había dos hombres en la despensa del convento esperando a que apareciese parea prenderme, y que Eliezer y Almudena habían sido detenidos en la taberna de Doña Antonia. Yo estaba desesperada. Apareció el padre Matías y añadió que Karim había matado a un guardia y que eso era grave, y lo peor que estaba acusado de la muerte de los maestros. Karim mismo había resultado herido y en su huida, ya rodeado, se tiró al río Tajo. Les aseguré que los verdaderos implicados en el asesinato de los maestros eran el alguacil y alguno de sus guardias. Que se lo contaría. Pero el padre Matías dijo que la verdad de la autoridad era la verdad suprema. Que me apreciaba y por eso no me delataba. Pero a mi me pareció que actuaba de forma muy fría. Sor Clarisa reiteró su amor por mí, cómo me recogió de pequeña. Y me reveló que en ealidad no era huérfana ni abandonada, sino que mi propia madre me entregó. Y acto seguido me entregó una carta de mi madre sin abrir. Pensaba entregármela cuando fuese novicia, pero creía que ya había llegado el momento de dármela. Después me dijo que huyera rápidamente. Huí por el aljibe o depósito subterráneo de agua, por su galería. Mientras, me preocupé por Eliezer y Almudena. Llegué a la iglesia de san Ginés y no encontré a don Martín en la sacristía. Oí un ruido desde su celda y me dirigí hacia allí. Encontré a don Martín cuidando a una persona tendida. Era Karim. Don Martín me dijo que no era tan grave. 

23: La verdad sobre el sarraceno 

Karim quiso incorporarse a duras penas, pero don martín le retuvo. Debía descansar. Gracias a la protección de la malla de metal, la herida era solo superficial y con unos días de descanso estaría bien. Le conté que el alguacil me había quitado todo. Don Martín añadió que eso era para utilizarlos como prueba contra mí. Le conté lo de Eliezer y Almudena. Don Martín propuso continuar buscando la clave, pero me negué. Le dije a Karim que había visto como se miraban él y el caballero del medallón, que además era el mismo que llevaba él. Le dije que ya no confiaba en él. Karim, con mirada severa, me contó que ese medallón lo dió el rey a los que le ayudaron en una batalla. Y que ese hombre era el señor de Lara. Y que ese hombre era el mismo que vio salir del scriptorium la noche de los asesinatos. Me contó que era capitán de las tropas del rey en la lucha contra los musulmanes. Le pregunté cómo es que él, musulmán también, luchaba junto al rey cristiano contra su gente. Me contó que era una historia larga, que ya su padre, miembro de la dinastía nazarí, había apoyado al rey cristiano. Y él seguía apoyándole contra sus enémigos acérrimos árabes, entre ellos los Benimerin. En una de las batallas murió el infante Fernando de unas fiebres. Antes de morir hizo prometer a su hombre de confianza que debía comunicar al rey que el trono debía pasar a su hijo y no a su hermano don Sancho. El rey cumplió la última voluntad de su hijo y cambió la ley para que su nieto heredase el trono. Entonces recordé que el noble que hizo el encargo a las maestros llevaba un anillo de oro. ¿Sería don Sancho? Karim dijo que era muy ambicioso y que haría todo lo posible para que su sobrino, todavía pequeño, no heredase el trono. Sancho sería capaz de cualquier cosa por alcanzar el trono. Y creía que en realidad don Fernando había sido envenenado. Cree que en realidad don Sancho persigue derrocar al rey, y de paso seguramente hacerse con el tesoro de Salomón. Poder y riqueza a la vez. El mensaje de clave seguro que arroja luz sobre el asunto, por eso se debía descifrar, me convenció Karim. Don Martín se puso manos a la obra enseguida otra vez para descifrar.

24: El mensaje oculto

Karim quiso participar, pero al no saber latín lo tenía difícil. Además debía descansar. Tomó del brebaje que le dio don Martín y se quedó dormido. Nos pusimos a ello. Obscurum per obscurius C3X fdqyfzpa... ¿Por qué se combinada algo legible con algo sin sentido? Pensamos, viendo que el trazo de la última S estaba como sin acabar, que el que escribió el mensaje no tenía más fuerza y escribió lo siguiente en clave para ir más rápido. C3. A don Martín se le ocurrió que quería decir que iba a utilizar el cifrario de Ceśar, que consiste en sustituir cada letra por otra letra más adelante un número fijo de posiciones, en este caso 3. Así lo hicimos con el resto de letras y apareció la palabra "canticumx", esto es, "cántiga 10", que era justo una de las cántigas arrancadas del manuscrito. Seguimos descifrando y nos salió un mensaje incomprensible quye nos desconcertó. Karim se despertó y nos dijo que intentasemos leerlo del revés como en su lengua, el árabe. Así lo hicimos y eureka!: "A lo oscuro por lo más oscuro, a lo desconocido por lo más desconocido. Jerusalén, Roma, Toledo. En el palacio subterráneo, el tesoro del rey hebreo. No abandones el camino descendente". Propusimos s Karim llevarle al palacio subterráneo, sabíamos por dónde ir. Pero enseguida aporrearon la puerta, en nombre del rey el alguacil gritaba que abriésemos. Rápidamente, Karim, vendado,  y yo bajamos a la cripta, nos acompañó don Martín, mientras el alguacil seguía aporreando la puerta. Don Martín nos deseó suerte. Cerró la cripta, diciendo que seguramente a él no le buscaban, así que lo dejarían tranquilo. Lo que pasó luego me lo tuvo que contar don Martín.

Abrió la puerta y los soldados entraron violentamente. Preguntaron por nosotros inquisitivamente. Registraron todo. Encontraron el libro de criptografía. El alguacil cojió líquido de un cazo que humeaba y lo vertió sobre el pliego en blanco que había sobre la mesa, unso caracteres aparecieron. Dio la orden de meter en el calabozo a don Martín y bajar a la cripta a buscarnos. Para lo último mando a Ramiro y al caballero castellano del medallón de oro. 

25: El palacio subterráneo

Mientras, nosotros seguimos bajando por los húmedos y lúgubres pasadizos de la cripta. En las paredes había símbolos árabes. Le dije a Karim que era porque antes había sido una mezquita y antes de eso una iglesia visigoda. San Ginés estaba en un alto y era un lugar atrayente para cada civilización a la hora de construir templos, aprovechando además las ruinas anteriores. Seguimos bajando por pasillos cada vez más negros, hasta que llegamos aún alto desde el que tuvimos que saltar para llegar a una nave con pórticos. Saltó Karim, con dificultad por las heridas, le lancé el zurrón con los víveres y el libro robado, y luego salté. Yo conocía el lugar que según la leyenda era el templo de Hércules, el palacio de la luz, o una catedral enterrada, pero yo sabía que no era más que un depósito de agua enorme subterráneo. Muchos decían que se alargaba incluso a leguas. Sabía que teníamor que ir por una galería pequeña, encontré la entrada pero vi asombrada que alguien había despejado el camino, había restos de velas y un cabo de cuerda que se adentraba. No podía ser el alguacil, pero pronto sabríamos quienes eran. 

26: Camino del infierno

Seguimos por la galería poco a poco hacia abajo. El ambiente era cada vez más agobiante. De pronto, pude ver delante nuestro una tenue luz. Se lodije a Karim, que apagó inmediatamente la antorcha. Seguimos poco a poco y de pronto algo me derribó. y oí un forcejeo con Karim. De pronto, oi que decían "quieto o te clavo el cuchillo". Se encendió una antorcha y vi que se trataba de un caballero robusto con el anillo de oro del rey, y el capellán Gaspar al que había ayudado tantas veces a ordenar los códices en el scriptorium. En tono amenzador, con el cuchillo en mano, el caballero castellano preguntó que hacíamos allí. Por lo visto, conocía a Karim. Karim no le podía ver, porque tenía el cuchillo en el cuello. Le dije que solo don Martín sabía que estábamos alli. y qwue buscábamos pruebas de nuestra inocencia en los aseinatos del scriptorium. Le conté que sabíamos lo de la conspiración palaciega de don Sancho y que  nos perseguía el alguacil. Se tranquilizó y permitió darse la vuelta a Karim. Karim le conoció al instante, era don Fadrique, hermano del rey Alfonso y leal a su persona y enemigo de su sobrino don Sancho. Karim era de fiar para él, le conocía bien, estaban en el mismo bando. Yo también le conocí: era quien visitó a los maestros para darles un encargo. Admiró mi capacidad de observación y dedujo que si estábamos allñi era porque habíamos descifrado la clave. Ellos llevaban días recorriendo las galerías sin éxito. Más adelante estaba derruida, dijo. Nos pusimos en marcha. En el camino nos reveló que Gaspar le había contado que era don Sancho quien se citó con los maestros para hacerles estudiar el libro de las Cántigas. Una vez conseguido lo que buscaba, está claro cual debía ser su fin: la muerte. Uno de los conspiradores a favor de don Sancho les mató. Gaspar conocía el mensaje descifrado porque antes se lo había contado Yehuda, porque sabía que estaba en peligro y podía morir. Don Fabrique cuenta que su hermano el rey tiene problemas de salud y que la muerte de su hijo los ha empeorado, que don Sancho tiene muchos apoyos en la corte, en la nobleza y el clero. La situación para el infante Alfonso, hijo de Fernando y nieto del rey, legítimo heredero al trono según la voluntad del rey escrita en la ley de las Partidas, es complicada. No dudara en matar al rey si es necesario. Recuerda que su sobrino don Fernando, antes de morir le dijo que buscara el símbolo V, escrito de forma extraña, en  las Cántigas y que "si lo contemplaba con ojos de emperador", le llevaría hasta "la mesa que esconde el nombre prohibido". Mensaje difícil de entender pero que demostraba que la solución estaba en las Cántigas. Cogí mi zurrón y abrí el libro de las Cántigas y encontré esa V rara. Gaspar dijo que "con ojos de meprador" quería decir utilizado el código para descifrar de César, el que utilizamos nosotros para descifrar el mensaje. Y seguro que "la mesa" era la mesa del rey Salomón. Don Fadrique añadió que Fernando le dijo en el lecho de muerte que el rey sabía dónde estaba la mesa pero que a él no se lo había dicho. En ese lecho de muerte, también estaba presente el señor de Lara, capitán de los ejércitos y favorable a don Sancho. Por los emblemas del que huyo tras los asesinatos, no tiene duda que el asesino fue él, y también el que acompaña al alguacil en la persecución de Karim y Francisca. Le había contado al rey todo, pero esto no creyó en la conspiración y que, airado, le echó de palacio. Nos dijo que todos buscaban la mesa porque la leyenda decía que quien tuviera la mesa tendría poder absoluto. Daba igual que fuese verdad o mentira ya que todos la creían, de modo que quien se hiciera con la mesa se haría con el poder. La única solución era pues encontrar la mesa antes que don Sancho y sus secuaces. Nos quedamos en silencio y proseguimos la marcha siguiendo el cordón de don Gaspar, pero al rato algo nos detuvo ...

27: Camino cortado

Por un lado una galería estaba inundada y por la otra había habido un derrumbe. No teníamos opción: había que quitar las piedras de en medio en la derrumbada. Yo en cambio volví a la galería inundaba y comprobé que realmente no se podía pasar. Karim vino donde estaba yo, me dio un susto de muerte, pero de pronto vislumbró una claridad en el agua. Se metió en el agua y se zambulló. Volvió al rato con una moneda de oro y una inscripción. Gaspar identificó la V de las Cántigas en la moneda. La galería inundada era el camino. Karim dijo que buceando unas brazadas la galería subía y por tanto dejaba de estar inundada. Decidimos pasar. Todoas las cosas la pusimos en una tela encerada para que no se mojasen. Karim fue primero y luego yo. El pasadizo bajo el agua era angosto, el agua estaba helada, me costó mucho avanzar, Karim me zarandeaba por detrás para que siguiese. Al final conseguí llegar al otro lado siguiendo el brillo que cada vez se hacía más intenso. Llegué y respiré hondo. Karim ya había llegado y había encendido velas. El lugar era increible, era una bóveda toda recubierta de oro. Don Fadrique y Gaspar ya había llegado y Gaspar dijo que habíamos llegado al palacio subterráneo. pero no había nada más. Sólo una mesa de madera sin adornos en el centro, nada de incrustaciones preciosas ni cosas por el estilo. Tenía la inscripción V y grabada un poema que empezaba: "A lo oscuro por lo más oscuro. A lo desconocido por lo más desconocido. Jerusalén, Roma, Toledo. En el palacio subterráneo, el tesoro del rey hebreo.". Gaspar no tenía duda, era la mesa de Salomón ya que tenía la marca en hebreo. Karim dijo que esa mesa no era antigua, Don Fadrique se sintió engañado por el rey. O quizás alguien se había llevado el tesoro. Karim propuso que quizás mejor que no esté la mesa: sile contábamos al rey lo que habíaocurrido, vería que no teníamos real interés en la mesa y nos exculparía. La decpeción e inlcuso enfado del rey sí que iban en aumento. Karim propuso que lo mejor era que saliésemos de allí. Los cuatro nos volvimos a sumergir y pasamos al otro lado de la galería otra vez. Al encender la luz, nos encontramos rodeadon por las puntas de las espadas del alguacil, el señor de lara y el guardián Ramiro. 

28: Capturados

De pronto, vimos que el hermano del rey y Gaspar se ponían tranquilamente detrás del alguacil. Estaban todos compinchados. La hipótesis que tenía Karim en mente sobre la conspiración de don Sancho era falsa entonces. Don Fadrique nos sonrío, en realidad habíamos resuelto el misterio y les habíamos llevado hasta allí. Nos felicitó, pero nuestro futuro estaba claro: ante los ojos de todos seríamos los culpables. Estaba claro que era don Fadrique, y no don Sancho, quien quería usurpar el trono. Cuando le contamos a don Fadrique nuestra historia sobre don Sancho, él no hizo más que seguirnos la corriente. Reconoció que nosotros le habíamos muy bien para sus intereses, la mesa y el tesoro ya le daba igual para sus planes. Dijo que amaba a don Fernando y que don Alfonso, el rey en el trono, su hermano, era un hereje y un blasfemo, que había quitado los fueros y los privilegios a la nobleza y que había impuesto el castellano, la lengua del pueblo, como lengua del reino. Karim discutió con él: decía que Alfonso gobernaba para el pueblo, he ahí la razón de su política. Y que si apoyaba al infante Alfonos, nieto del rey, era porque hasta su mayoría de edad, él sería regente si muriese el rey. Don Fadrique dijo que en realidad la voluntad del rey Alfonso era que don Sancho heredara el trono y que para eso cambiaría las Partidas, peor que él estaba en contra, porque creía que debía cumplirse la voluntad de don Fernando y que mucha gente le apoyaba. Le preguntamos por don Martín y nos dijo que enseguida nos reuniríamos con él ... en la muerte. Y levantó la espada sobre la cabeza de Karim, pero Gaspar se interpuso, diciendo que ya bastana de tanto pecado y violencia. Don Fadrique le derribó y a su una señal de este, Ramiro le travesó con su espada. En la confusión nos volvimos a lanzar al agua y sentí las espadas intentando matarme debajo del agua. Una se me clavó en el muslo. Detrás, sentí que alguien se zambullía. Mientras, Karim tiraba de mí en pendiente hacia otra abertura, pero no podía más. Lo tuve claro, creía que era nuestro fin. 

29: La gruta inundada

Sentí que me ahogaba y al final me desmayé. Karim me contó lo sucedido entonces. Cuando nos sumergimos la primera vez, se percató de esa abertura. Después de mi desmayo, vio que la abertura descendía casi vertical por unos, se agarró a ellos, y siguió bajando, luego la galería inundada ascendía de nuevo. Tenía esperanza todavía y así, cuando ya tuvo que abrir la boca porque no podía mñas, vio que lo que entraba era aire y no agua. Cogió aire y volvió a por mí. Me rescató pero estaba totalmente inerte, me puso cabeza abajo y me golpeó la espalda. Tenía el cuerpo totalmente frío. De pronto, convulsioné, tuve arcadas y eché agua. Estaba viva. Estuve tosiendo largo tiempo y me dolían los pulmones. Pero estar al lado de Karim y verle a la luz de una vela me reconfortó. Reparó en mi herida de la pierna causada por la espada y me dio uno de los dulces de don Martín para darme fuerza. Su herida del pecho también se había abierto.

Estaba descartado volver, nos estarían esperando. O sea que teníamos que subir por esas escaleras. Nos quedaba poco tiempo de luz con la vela. Empezamos a andar. La herida me dolía mucho, pero saqué fuerzas de flaqueza. Después de subir un tramo de escaleras, y tras recorrer un tramo llano, nos encontramos con una bifurcación. No sabía por dónde ir. Se me ocurrió poner la vela en la entrada de las dos y vi que en una de ellas la vela se movía, o sea que había corriente de aire, de modo que fuimos por allí. Seguimos adelante un largo tiempo, entre curiosas formaciones en la roca, a veces el aire era irrespirable. A la vela le quedaba poco y mis fuerzas se iban agotando. Apagamos la vela para tener luzde reserva. Andamos y andamos. Estaba desesperada, incluso le dije a Karim que siguiese solo. Me animó  y tras descansar seguimos adelante, pero aquello ere interminable y además a oscuras. Apuramos la vela para pasar una galería con desprendimientos. Desfallecida, Karim me tenía que tirar de la mano para avanzar. La pierna me sangraba. No podía más, me iba a desmayar y le dije a Karim que se fuera él solo. Me dijo que juntos empezamos y juntos acabaríamos. Empezó a llevarme a cuestas, hasta que el sueño me venció.

30: Amanecer

Oí en com en sueños que Karim me llamaba a gritos. La pierna me dolía horrores. Al abrir los ojos, una luz lejana me cegó. Estábamos en una galería minera, con postes y candeleros. Karim me dejó en el suelo y echó a correr. Yo queía también correr, gritar, reir, pero solo podía llorar. Al llegar fuera los rayos de sol me reconfortaron y las penalidades quedaron en el recuerdo. Estaba feliz. Etábamos en ua cantera y alrededor se veía campos. Cerca se veía una aldea. Karim comenzó a danzar y me cogió y danzamos juntos, y ... me dio un beso en la boca. Tras unos minutos de jolgorio, me examinó la herida y vio claro que necesitaba que me curase un cirujano. Karim vio que su herida en cambio iba mejor. De los libros del scriptorium que había leído, deduje que estábamos en Olías la Mayor, y Karim asintió, conocía esos parajes. Allí encontraríamos una fuente. Karim miró al sol y recitó la cántiga número 20, la del misterio que estábamos desvelando, que habalaba de la luz del Sol, y alabó al Todopoderoso. Volvímos a la entrada de la cueva y en los candeleros de la galería pude ver que estaba inscrito el símbolo de la U de las Cántigas. Todo estaba relacionado. La cántiga citaba "Aguardando tras la luz de cada nuevo día...Pues el mayor tesoro no es lo que parece...No lo encontrarás en cámaras reales, sino aguardando tras la luz de cada nuevo día..'' Pensamos que el rey quiso esconder el tesoro entrando por esa galería, que no era precisamente una cámara real. Pero antes de todo, teníamos que buscar una fuente y yo quería ir a una iglesia para agradecer a Dios el haber salido de allí con vida. 

31: Olías la Mayor

ESTAMOS EN ELLO (174 de 196 paginas hechas). PACIENCIA, GRACIAS.

Personajes y lugares incluso 

  • Scriptorium, lugar donde se copian manuscritos. En el libro hay dos: el scriptorium real, donde ocurren los asesinatos y donde es aprendiz Francisca, y el scriptorium de la catedral.
  • Francisca, joven adolescente aprendiz de dibujante de manuscritos.  Protagonista, cuenta en primera persona el misterio alrededor de la muerte de sus maestros en el scriptorium.
  • Yehuda, maestro de Francisca y padre de Eliezer. Judío. Es asesinado junto a los maestros Abdel Hadi y Fray Núñez en el scriptorium real.
  • Eliezer, hijo de Yehuda. Aprendiz en el scriptorium. Amigo de Francisca. Ayuda a Francisca a resolver el misterio.
  • Almudena, atractiva amiga de Francisca. Ayuda a Francisca.
  • Karim, caballero musulmán a servicio del rey. Ayuda a Francisca. Leal al rey Alfonos y a su nieto heredero Alfonso.
  • Ramiro, guardián del scriptorium real.
  • El alguacil, que junto a Ramiro, persigue a Francisca y Karim. 
  • Don Martín, párroco de san Ginés, ayuda a Francica. Un gran sabio.
  • Sor Clarisa, abadesa del convento donde vive Francisca. 
  • Toledo, ciudad donde ocurre todo
  • Taberna de Doña Antonia
  • Gaspar, bibliotecario del scriptorium
  • SOBRE LA CONSPIRACIÓN:
  • Infante Fernando, heredero del trono, muere aparentemente de una fiebres. Tiene un hijo pequeño, Alfonso, que según él es quien debe heredar el trono. A Francisca y Karim les hacen creer que don Sancho, segundo hijo del rey, quiere hacerse con el trono, pero luego es mentira. 
  • Figura alta que escapa del scriptorium después de los asesinatos y se lleva dos páginas del Libro de las Cántigas.  Es el señor de Lara, el asesino de los maestros, compinchado con Don Fadrique, hermano del rey, que quiere usurpar el trono. 



Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
"El enigma del scriptorium, Pedro Ruiz García: resumen por capítulos" (en línea)   Enlace al artículo
Última actualización: 17/11/2024

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