Aguas encantadas (Aigües encantades), Joan Puig i Ferreter: resumen
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Aguas encantadas (Aigües encantades) es una obra de teatro escrita por Joan Puig i Ferreter, escrita en 1907. La obra gira en torno al conflicto que se crea en un pueblo cuando para dar solución a la sequía un forastero propone explotar unos pozos, a lo cual los vecinos en general, salvo excepciones, se oponen, por aferrarse a sus creencias según las cuales la fe provocará un milagro que traerá la lluvia. Un personaje central es Cecilia, joven ilustrada y moderna y amiga del forastero, que se opone totalmente a esa visión atrasada y a ese pensamiento mágico, lo cual provocará un fuerte conflicto con su padre. La obra utiliza una serie de oposiciones entre individuo y sociedad, tradición y modernidad, campo y ciudad, para darnos cuenta de las dos visiones del mundo contrapuestas en torno al problema de la sequía. Cuando el forastero intenta explicar y razonar sus planes, la lluvia empieza a caer lo cual se interpreta como un milagro, lo que a su vez representa también la condena del forastero, que es perseguido y atacado en su huida del pueblo. Cecilia finalmente también huirá con él.
Resumen por actos
Acto primero
Un pueblo de montaña en Tarragona. Una habitación de ambiente severo en casa de Pere Amat. Un aparador, una mesa, sillas. Cecilia, su hija, está sola leyendo un libro cerca del balcón.
Cecilia oye pasos y pregunta quién es. Es Vergés, un chico de aspecto normal, maestro del pueblo. Ya sabe que se iba a encontrar sola a Cecilia. Que ni él ni ella irían a las plegarias para que llueva. Cecilia dice que sus padres querían hacerle ir, pero no soporta esos espectáculos. Espectáculos que son poéticos aún y todo, dice Verges. Cecilia no está de acuerdo: si son absurdos, hay que luchar contra ellos. Para Vergés, Cecilia es como un pájaro preso, pero que al coger vuelo irá lejos. No a la ciudad, como piensa Vergés, más lejos. A donde la lleve su lucha. Y es que Cecilia no soporta la gente que no lucha, como la gente del pueblo, sumisa. Vergés es mas contemplativo ante la vida, lo que ha de ser, será; y vivir con el corazón. Las cosas seguirán su curso a pesar de los esfuerzos utópicos de gente como Cecilia. Cecilia le llama al balcón para que vea la gente que entra en la iglesia y se oyen los cánticos más fuertes. Vivir de corazón, sí, dice Cecilia, pero para soñar con el futuro. Vergés, le dice que sueñe, que todavía falta mucho para ese mundo que sueña. Y Cecilia replica; sí, falta mucho, pero poruqe imperan las tradiciones y leyendas absurdas.
Aparece Juliana, madre de Cecilia, toda vestido de negro, con rosario en mano. Le echa en cara a Cecilia no haber ido a la iglesia. Dice que su padre también está enfadado. Cecilia reivindica su libertad. Y Juliana, su madre, la autoridad de ser madre. Cecilia le responde irónicamente, apelando a los sermones de iglesia. Qué falta de respeto, Juliana. Cecilia echa en cara que en la iglesia culpen a sus pecados de la falta de lluvia. Juliana dice que hoy la misa no ha sido así, que les ha dado esperanza. A Vergés eso le parece bien. Cuenta Juliana que la ha sido emocionante, los hombres desclazos y con cadenas, haciendo penitencia. Todo el pueblo estaba fuera en la calle, detraś de la imagen de la Virgen en procesión. Y Juliana se lamenta de que Cecilia estuviese mientras riéndose. Vergés pide a Cecilia que pare de burlarse, un poco de respeto hacia su madre. Cecilia no acepta el error de encomendarse a Dios, pero para Vergés, hay algo de poesía en la tradición. Cecilia no acepta esa visión. Vergés puede llegar a estar de acuerdo, pero su actitud siembra la discordia en la familia, que es lo último que queda. Está dominado por el sentimiento.
Entra en escena Pere Amat, padre de Cecilia. Está indignado con Cecilia por no haber ido. Le ordena que le traiga un gorro y la zamarra. Mientras, Reprocha a Vergés que no haya ido a las plegarias, que es dar mal ejemplo, y que ellos han hecho lo que había que hacer. Vergés le trata con tono apaciguador. Cecilia interviene desafiante, y el padre la manda fuera. Vergés, que no haga sufrir a Cecilia. Amat replica que su madre también sufre. Amat empieza a contar con detalles, emocionado, como ha ido la rogativa para que llueva. Cecilia dice que basta y se inicia una discusión. El padre, que él dice lo que quiere. Y que es ella quien se debe callar. Vergés y Juliana, apaciguando. Juliana dice que habría que seguir el camino de los mayores, de la tradición. Reivindica la fe en la Virgen y sus milagros. Vergés responde con ironía a la creencia en los milagros. A donde vamos a parar con estos jóvenes, se lamenta Juliana. El maestro Vergés se va. Los padres llaman a Cecilia para que le salude. Amat está enfadado, porque nunca está donde debe estar, pero al final aparece de nuevo Cecilia. Pero Vergés ya se ha ido. Y la discusión se inicia de nuevo entre Amat y Cecilia, Cecilia defendiendo su forma de pensar, Amat criticando su comportamiento, y Juliana apaciguando. Amat dice que ha malcriado a Cecilia, y Juliana replica que tiene miedo de perderla si la sigue tratando así. Cecilia dice que ella intenta respetar la forma de pensar de ellos, pero que le es imposible pensar como ellos. Los padres responden que si los amara, pensaría también como ellos. Cecilia, que el amor debe ser recíproco, y que solo pide respeto para no tenerse que ir. Juliana calla, reconoce que para que vivan juntos necesitan paz entre ellos. Y dice a Cecilia que su padre la quiere, pero Cecilia dice que es un amor posesivo, que solo busca que piense y haga como quiera él. Y que el mundo ha cambiado, que haya ha bebido de otras fuentes. Las fuentes del mal, replica Amat. Pero para Cecilia, el verdadero mal es la ignorancia de sus padres. Amat se siente insultado, cree que le ha llamdo ignorante y Juliana, la madre, dice que esas palabras no demuestran amor. Cecilia lo reconoce, pero se siente violentada, dice. Ella solo quiere combatir la ignorancia, sin orgullo, que al final llevan al fanatismo y la miseria. Y asegura que los jóvenes, y ella, combatirán contra ello, y que no la parará ni la familia ni la autoridad. Y reafirma que la fe y esas costumbres y creencias son ignorancia pura. El padre contesta drásticamente: no cursará el último año de carrera, y quemará todos sus papeles y libros. Cecilia grita de dolor y rabia, dice que irá de casa. El padre dice que gustosamente, la coge y la echa de casa. Juliana grita entre lamentos y reproches al padre. Y en estas que llega por las escaleras Joan Gatell, el alcalde del pueblo, payés y hombre serio. Nervioso, cuenta que un forastero ha llegado al pueblo para hablar a los vecinos del agua y la sequía. No se fía, dice que puede ser peligroso. Propone sacar agua de los pozos. Cecilia y Juliana salen a oir la conversación. El alcalde lo describe fisicamente , y Cecilia cree reconocerlo. Juliana y el propio alcalde proponen ir a hablar inmediatamente con el cura. Y en esto llega Vergés y dice que es un ombre honesto, que hay que escucharlo. Leugo llega Trinidad, la mujer del alcalde: el forastero quiere hablar con él. Primero quieren hablar con el cura, Mossen Gregori. Y este llega al momento. Vergés da una tarjeta del forastero a Cecilia, por la que él ha preguntado a Vergés. Cecilia lee la tarjeta y reconoce al forastro, es un amigo suyo. Dismuladamente se retiran Vergés y Cecilia, mientras el cura dice que el forastero es el demonio, un revolucionario, que intentará engañar al pueblo con ideas de razón y utilidad , muy peligroso, que querrá levantar fábricas y hacerse dueño de todo y aprovecharse de su desgracia o anarquista quizás. Todos hacen piña con el cura. Aún así, el cura propone la diplokmacia como arma, quiere invitarlo a la Abadía. En son de paz puede que ganen la batalla, coom siempre ha hecgo la Iglesia. El alcalde se ofrece a ir en su busca para invitarlo. Las mujeres, Juliana y Trinidad, dicen que irán a por todas contra el forastero si lal cosa no va bien. El cura las alaba, pero Juliana se lamenta por su hija. Trinidad la anima, que Cecilia finalmente cambiará. Juliana tiene esperanza. Finalmente la luz les abrirá el camino a los desacarriados. Pero el cura advierte, que lo de Cecilia puede ser un castigo, castigo por qué? pregunta Juliana. Por querer que Cecilia esté por encima de las chicas del pueblo. La han mandado a la ciudad, a casa de una tía que no estaba pendiente de ella. El cura sabe que ha debido escribir un artículo en un periódico. Y todo en una edad en la que la moral se va forjando. Juliana reconoce haber actuado mal. Pero Mossen dice que confíe en la Virgen, y que la hija tiene un buen ejemplo en ellos mismos, sus padres. En el juicio final, cada uno será dueño de sus actos, además. Ellos no tienen culpa. Piedad, clama Juliana. Pero Amat entra y grita que ni piedad ni perdón. La hija los han deshonrado delante de todo el pueblo, porque ha abrazado y besado al forastero. Juliana está desesperada y Amat indignado. El cura pide un milagro que encarrile a Cecilia, y tendrá el perdón. Amat dice que no la perdonará, nunca más. El cura implora luz.
Acto segundo
La escena comienza en el patio al lado de la casa del pastor Romanill. Hoy no se ocupa él de traer el rebaño. Otro lo hará por él. Está esperando al forastero, al que ha ofrecido su casa para que hable a los vecinos. Una vecina maldice por ello a Romanill desde la ventana. Este la manda al diablo. Habla brevemente con Braulia, su esposa, que intenta frenar por prudencia a Romanill, cuando este hace un comentario jocoso sobre las plegarias. Romanill pasa de todo. Llega Bartomeu, vecino que no es ni payés ni tiene oficio, antes de la hora a la que se ha convocado la reunión. En el pueblo nadie dice nada, pero comenta que no han dejado hablarle en la plaza ni en ningún café. Todo lo ha menjado el cura. Romanills, contento, el que venga, que venga sabiendo que le señalarán. No quiere gente que se avergüenze. Como él, que es independiente y libre, ya que su amo está en la ciudad. No como Bartomeu, que no tiene dinero, dice. Bartomeu replica, la cuestión es no tener amo, no tener dinero. Y además cada uno sigue su camino. El vive de acuerdo con sus ideas y no se morirá de hambre, conoce a mucha gente. Y en estas llega Manso, amigo de Bartomeu, del que se mofan por ser carlista. Manso protesta, es carlista pero no defiende a los curas. Braulia le menosprecia, dice que es un insignificante. Manso replica que quien monta gresca en el pueblo es él. Y que le deje estar si es carlista, lo mismo que Romanill es republicano. Además él vive bien, fuma y bebe cuando quiere. Llega el señor Vicens, veterinario del pueblo, un señor ya mayor. Le felicitan por llegar pronto y ser de los primeros. Vicens ve que Manso esta por ahí y le pregunta que hace un carlista como él alli, a ver si ha ido a espiar. Manso se encara con él, le invita a fumar, con sarcasmo. Los otros dan una reprimenda a Manso, y le dicen que Vinces es un hombre sabio, con una buena biblioteca. Manso, que para qué los libros, prefiere beber. Y sigue pinchando a Vicens, que tampoco se calla. Entran Joan, el alcalde, y Amat, padre de Cecilia. Quieren hacer recapacitar a Romanill, que no acepte que la reunión con el forastero se haga en su casa. Romanill lo toma como amenaza. Vicens se indigna. Joan y Amat exigen hablar solo con Romanill, pero este no acepta que se prohiba hablar a sus amigos. Joan y Amat no quieren que se enfade, dicen que le aprecian, pero Romanill contesta que es mentira, a la minima le ponen multas porque sus ovejas salen del camino. El alcalde, que se trata a todos por igual, con lal ley. Siguen intentando convencerle, que se lo piense, que sea prudente. Dicen que nadie irá a la reunión, salvo borrachos como Manso y cuatro gatos más. Y que si el forastero intenta difundir el desorden, el pueblo le echara. Romanill rechaza la amenaza y les invita a irse. Se van. Los que se quedan dicen que menudos cabrones (banyuts) son esos dos. Y con la hija maravillosa que tiene el Amat, que pena, dice Vicens. Se oye ruido de gente fuera. Entran algunos hombres y con ellos el forastero. Poca gente, dice, pero al final irán sumándose todos, está seguro. Los hombres se quitan la gorra, por respeto. No hace falta, dice el forastero. No quiere humillarlos con su presencia. Pregunta por Cecilia. Se oyen voces fuera: es el alcalde con un montón de gente. Entran en tropel al patio. Amat, entre ellos, gritando, con el alguacil y más autoridades. Y también con ellos el maestro, que se disculpa al forastero, dice que hace lo que puede en esa problmática situación. Todo se llena de gente. El alcalde pregunta al forastero delante de todos si ha venido a hacer la paz o la guerra y el forastero contesta que vino en son de paz pero le han declarado la guerra. Discuten, pero el alcalde le dice finalmente que hable, pero ni de religión, ni de las ideas y costumbres del pueblo. Se forma un barullo, algunos vecinos intentan hablar, pero todos al mismo tiempo es imposible. El maestro Vergés toma la palabra y pide a todos que se escuche al forastero. Pero hay gritos. El maestro se indigna por la incultura del pueblo. Finalmente puede halbar. Presenta al forastero: es un ingeniero que ha viajado mucho por Europa y ha visto miseria, pero también como para escapar de ella y crear riqueza, se ha aprovechado a la naturaleza. Dice que tras arduas investigaciones el ingeniero forastero ha descubierto una aguas subterráneas. No son aguas encantadas, son aguas vivas, reales. Pide que se le escuche, ya que su idea traerá prosperidad y libertad. Algunos apaluden, otros gritan que nadie cree en los brujos. El maestro se lamenta ante el forastero, y este le agradece su esfuerzo. Se oyen más gritos hasta que toma la palabra el ingeniero. Dice que podría haber convocado solo a las autoridades, pero que ha preferido hablar con todo el pueblo. Que se ha dicho que él iba contra la religión y la propiedad. No era su intención, aunque reconoce que poco bien hacen al pueblo tanto la religión como la propiedad. El alcalde le llama la atención, el forastero dice que solo lo ha dicho de paso. Hay gritos de nuevo, que espera sacar, le dicen. Nada, responde él, no es egoista. No ha venido a destruir ideas, aunque es dificil imponer la razón sin ir en contra de muchas de ellas. Amat se indigna ante esas palabras entre gritos del público. El forastero piensa que los del pueblo son unos salvajes, con esos gritos. Romanill se alza airado y manda fuera a los que gritan, les insulta. Finalmente, se tranquilizan los ánimos y el forastero comienza a hablar. Dice qur piensa que tienen una idea equivocada de la realidad: la sequía no es un catigo divino y el ver así el problema les hace soportar una carga que no les deja ver la verdadera solución del problema. Afirma que en las pozas (gorg) que ellos llaman de la Virgen ... Le interrumpen, las pozas de la Virgen ni se tocan. Prosigue, en cambio: si se hacen las obras necesarias, se obtendrá agua en abundancia y la prosperidad volverá al pueblo. Dice que susp adres eran propietarios de minas y que desde pequeño ha estudiado las entrañas de la tierra, y que lo más maravilloso es aprovechar lo que da la naturaleza, por escondido que esté. Ese agua no viene de la lluvia, sino de las más profundas entrañas y no se agota con la sequía. Amar replica que son aguas muertas, aguas encantadas como dicen en el pueblo. Los vecinos añaden que son milagrosas, que han curado a ciegos, y que están inmóviles porque Dios lo quiere. El forastero dice que no, que son aguas vivas, que retornan y vuelven a brotar desde las profundidades. Clama al publo que deje la leyenda y abra los joso ante la realidad, que responderá con su vida si es necesario. Amat le echa en cara que quiere destruir las aguas de sus antepasados, el forastero argumenta a favor de su utilidad, Amat por su fe. El forastero lamenta que así no saldrñan de la miseria. Y en esto que entra el señor cura, entre voces y gritos. Toma la palabra: dice quye el pueblo de Dios no necesita a ningún hombre y que en esa reunión se están diciendo abominaciones. El forastero lo niega. El cura se niega a hablar con eĺ, dice que el pueblo siempre ha sufrido desgracias de todo tipo, ahora la sequía, pero que saldrá adelante. Y recuerda la historia del pastorcillo que por donde los pozos, vió a la Virgen y está le dijo que le hiciesen una ermita y de esta forma, mientras no piedan la fe, velará por ellos. Y de pronto, tras esas palabras de Mosén, empieza a llover. Milagro! gritan todos, también el cura. El forastero les dice que no se engañen, que solo deben fe en si mismos. La gente le grita: fuera, fuera. Pero el sigue defendiendo que todo es mentira. El cura dice que le dejen, que el se ocupará de hablar con él y que terminará huyendo del pueblo. Romanill dice que ni hablar, que el forastero está en su casa y que nadie le echará de ahí. Pero el forastero se resigna y dice que se va. Pero le insultan. Cogen piedras para tirárselas. Romanill amenza con sacar la pistola. El cura pide tranquilidad, que no es más que un descarriado. Pide a Amat, que tranquilice a la gente. Pero la gente sigue pidiendo justicia y venganza, mientras sigue lloviendo.
Por la calle aparce Cecilia, la hija de Amat, los pelos alborotados y mojándose. Pregunta alterada por el forastero. Vergés le dice que el pueblo se ha alzado en su contra, que la leyenda ha pesado más. Le dicen que se va perseguido por el pueblo. Nadie le defiende. Cobardes, dice Cecilia. Va a su encuentro, mientras que Vergés llama salvajes tanto a unos cono a otros. El pueblo aúlla detrñas de Vergés, mientras sigue lloviendo.
Acto tercero
Juliana y Amat están en su casa. Sigue lloviendo sin parar. Juliana se lamenta de la situación. Y ers que Amat había encerrado a Cecilia en la casa, y esta ha saltado por el balcón para irse con el forastero. Tenía sangre en la cara, se ha hecho daño. Amat dice que no caben lamentaciones, no han sabido llevar por el buen camino a la hija y punto. Dan por hecho que hna perdido a su hija. Amat preferiría tenerla a su lado, haberla traido a rastras, que gritara como solía hacer, así al menos la tendría dominada. En fin, a pesar de todo, la echan de menos. Juliana reprocha a su marido haberla encerrado, Amat rechaza el reproche, casi mejor si se hubiese partido la cabeza dice. Juliana le discute a Amat, dice que es demasiado rencoroso. Pero Amat sigue en sus trece, si volviera, que además está seguro que volverá, la tendrá encerrada en casa, la quitara de sus estudios y tendrá que hacer las faenas de casa. Juliana, que su hija no ha nacido para eso, solo quiere que vuelva sana y salva, y recuerda a Amat que él también clamaba por su retorno. Juliana espera un milagro, como el de la lluvia, para que la hija vuelva. Amat, que la culpa de todo son los estudios, y Juliana asiente. Amat dice que va a biscarla camikno abajo. Y entonces entra en casa Trinidad, la esposa del alcalde. Viene a cosolar a Juliana, que sigue lamentándose. Joan también anda por ahí, detrás de la multitud. Ha habido incluso dos tiros, hechos por el pastor. Trinidad, que tenga esperanza, y que cuando vuelva no la envien más a la ciudad. Más lamentos, con lo que llueve, y el daño que se habrá hecho, quién la ha manipulado para que actúe asi? Amat vuelove, dice que solo hay lluvia y lluvia. Y critica a Joan, por no haber sabido mandar, pero Trinidad no acepta el reproche, es un buen hombre. Entra el cura en la casa, le dan la bienvenida, como se le ha ocurrido venir, con tanta lluvia. El agua es un regalo de Dios, dice el cura. Juliana se lamnta otra vez, y el cura le da esperanza, Dios pondrá a Cecilia en el buen camino. Es en balde, Juliana ha perdido la esperanza y quiere estar sola en su sufrir. El cura y Trinidad, que no, que se arrepentirá. Y la perdonarán. Amat, que no sirve de nada el perdonar, y el cura y Trinidad le replican, Dios y su perdón siempre en el corazón. Entra Joan, de mal humor y mojado, ha ido a su casa y como no habñia nadie ha venido a casa de Amat. Trinidad le dice que ella se había cansado de esperarle. Cuenta que no había forma de parar al pueblo, que no paraban de tirar piedras al forastero. Recrimina al cura no haber tocado el Tedeum en el campanario para detener al populacho. El cura dice que ha dado la orden para ello, no le habrán obedecido. Ha visto entre la multitud a Cecilia, pero no sabe más de ella. No sabe como acabará la cosa, y al final ¿para qué?, dice. La cosecha ya está perdida. El cura le reprocha su pesimismo y negatividad, debería aceptar como un milagro la lluvia, no solo lo material es importante. Hay que mirar al cielo y aceptar las miserias de la tierra. Desde el campanario empieza a sonar el Tedeum. Joan está exhausto y hundido. Y dice que todo es inútil, y que no está bien lo que se le ha hecho al forastero, porque finalmente tenía razón. Amat, su esposa Trinidad y el cura se quedan perplejos ante el giro de opinión de Joan. El cura dice que la duda proviene de Dios para poner a prueba la fe y que debe silenciar esos malos pensamientos. Toque de Tedeum, de nuevo. El cura quiere llevarse a Joan con él, como el pastor se lleva a una oveja descarriada, pero no, Joan dice que va a cambiarse a su casa y volverá donde la multitud y que a misa irá quien quiera ir, él no va a obligar a nadie. Amat exige a Joan se presencia como alcalde en el Tedeum, pero Joan dice que solo obedecerá a su conciencia. Todos los presentas alucinan con la actitud de Joan, que se va. Y enseguida aparece Cecilia, empapada. Su padre la echa de casa. Juliana y el cura le apaciguan. Cecilia se encuentra mal y solo viene a cambiarse de ropa. El padre solo tiene palabras de ira. Elcura exige a Cecilia perdón, pero Amat dice que de perdón nada, que hace falta justicia. Juliana ruega tranquilidad, Amar arremete contra Juliana también, por no haber tenido autoridad. Juliana no se calla, critica a los hombres en general, están en el mundo gracias a las mujeres. Solo quieres a las mujeres para distracción. Amat, que se calle. Cecilia apoya a su madre, la anima a seguir diciendo la verdad, que diga que su padre es un hombre lleno de brutalidad. El cura dice que es ofencer a Dios tratar así al apdre. Amat estalla de ira y golpea a su hija. Discuten Juliana, el cura y Amat. Amar dice que Cecilia irá a misa, por la fuerza. El cura no quiere a nadie a la fuerza. Juliana defiende a Cecilia. Juliana culpa a Amat de todo, por su violencia y maldad. AMat, airado, que se calle y que se ocupe de cocinar. Cecilia interviene: con su autoritarismo, ha reducido a su madre a la nada, le quitado toda voluntad. Juliana intenta acallarla, pero Cecilia sigue: creen que ella es mala por decir la razón, y dice que las mujeres son las mñas culpables por aceptar la sumisión a padres y maridos. El cura, que son ideas malas. Cecilia, que no hay ideas malas. Amat, que se calle, como se atreve contestar al cura, a ver si se crre que sabes más. Sí, sabe más de lo malo, dice le cura. Sigue el toma y daca. Juliana defiende a su hija, pero la crítica también cuando según ella se pasa de la raya. Cecilia arremete contra ella, se ha convertido en ella en nada, sometida a los hombres, a los monstruos, se ha dejado enterrar en vida. El cura replica que las mujeres se hna hecho para el amor. Cecilia lo niega, no para el amor, sino para el dolor y el sacrificio estéril. El cura dice que la religión ha dignificado a la mujer. Cecilia, que no, siguen esclavas como siempre. Juliana, siempre al lado del cura, dice a su hija que se calle. Cecilia replica que dirá siempre lo que piensa,. Amat quiere irse ya a misa con el cura, y Cecilia dice a su madre que la quiere pero que odia a todas las mujeres que se someten como ella, como ella la quiere como hija pero la odia por querer ser libre. Y odia a los hombres, a la iglesia, al maestro, las leyendas y la ignorancia. Todo es uno. El cura dice que Cecilia estña totalemtne alterada, seguramente por la situación vivida. Vamos a la iglesia, es hora de perdonar, dice. Juliana dice que la perdona, la quiere besar, pero Amat la aparta violentamente. Pero Cecilia si besa a su madre, un beso verdadero de amor y no de dolor y sacrificio como los de ella. Amar se irrita más si cabe. Dice que hoy es día de perdón pero que mañana será un día de justicia: adiós ciudad, libros y carrera. Juliana dice que ya es suficiente, basta de amenazar, los hombres siempre atando de pies y manos a las mujeres. Mosen le susurra que no de razón a la hija. Y se van a misa, Juliana llorando. Cecilia queda sola. Aparece Vergés. Cecilia, que a ver a que ha venido, ¿a darle catequesis? Vergés, que acaba de encontrarse con el cura y sus padres, y el cura le ha rogado, que ya que es amigo de ella. Cecilia le echa en cara que la haya abandonado ante el acoso de la turba. Verges se defiende, que ha sido por prudencia. Y que se cambien de ropa, que puede coger una pulmonía. Le recrimina además que fuese a ayudar al forastero, un hombre sin fuerza suficiente para defender sus convicciones. Cecilia dice que le gustaría que hubiese sido valiente. Lo más digno es ser un héroe aunque sea inútil. Y además es necesario destruir la leyenda, aunque para Vergés sea algo poético, que aleja de la realidad, y que a ella personalmente la ahoga. Y todos tenemos la responsabilidad de contribuir a su desaparición, empezando por los profesores como Vergés, que moldean el pensamiento de los pequeños. Pero Vergés dice que no es fácil, que el gobierno católico les controla. Cecilia dice que se quedaría en el pueblo para transformar la conciencia. Y Vergés aprovecha para decirle, que lo harían juntos, y declara su amor por ella. Llaman a la puerta. Es Manso, un jornalero del pueblo, dice que han herido al forastero de una pedrada y un golpe con un palo en la cabeza. En una de estas el forastero se ha dado la vuelta y ha empezado a maldecir a Dios, a la fe y a la vida ignorante del peublo y ha sido entonces cuando le han dado leña. Incluso han querido quemar el hostal donde se ha refugiado. La gente se ha tranquiliado y está ahora en misa. Cecilia le reprocha a Manso que antes estuviese a favor del forastero y ahora haya cambiado. Vergés se queja: si los hombres son tan estúpidos y la vida tan sin sentido, ¿para qué tener ideales? Para uno mismo, dice Cecilia, para ser libre, como ella que siempre ha deseado tener alas para volar. Cecilia dice que se va, con su amigo, cogerá su mismo coche. Vergés intenta pararla. Pero es en vano, Cecilia le ama. Vergés, perpeljo, ¿y sus padres? ¿y el cambiar las conciencias del pueblo? Ella dice que se va, que su obra es su vida. Y al poco rato, sale cecilia con un bolso de viaje. Le dice a Vergés que cumpla con el idela de cambiar la mentalidad del pueblo. Vergñes se lo promete, si es para que ella guarde un buen recuerdo de él, pero que una mujer le deberñia enseñar el camino. Cecilia le dice que al final no hará nada, como siempre estará en la duda. casi mejor que no haga nada, y adiós. Vergñes dice que se queda en las aguas encantadas, pero que las aguas que se llevan a Cecilia no son mejores. Es la corriente, dice Cecilia. Vergés se queda en la quietud de sus aguas, pero que se encontrarán. Cecilia dice que va donde la lleva la ilusión, y asegura que con hombres como él no irán a ninguna parte. Se va y Vergés se queda abatido. De pronto, se levanta y la llama, pero se ha ido ya. Y dice que le parecia a veces que le amaba, pero que los fuertes siempre se juntan. Y él también se va.
FI. (MOLTES GRACIES)
Personajes
- Pere Amat. hombre muy estricto y de carácter violento, padre de Cecilia
- Cecilia Amat, hija de Pere, amiga del forastero, ha estudiado en la ciudad. Tine una ideología muy moderna, es absolutamente antireligiosa
- Juliana, esposa de Pere, muy tradicional pero intenta generalmente apaciguar los ánimod
- Vergés, maestro del pueblo, siempre en medio de los dos bandos, equidistante, dubitativo.
- Joan Gatell, alcalde, y su mujer, Trinidad, muy religiosa
- Mossen Gregori, el cura del pueblo, muy tradicionalista. Organiza el movimiento en contra del forastero-
- Viçenc, veterinario del peublo y partidario del forastero
- Forastero, amigo de Cecilia, quiere convencer al pueblo de que la solución a la sequía para por construir unos pozos para explotar el agua del subsuelo. De ideologia moderna, piensa que lo lugareños deben abandonar sus creencias religiosas (rogativas, milagros, ...) que no les llevan a ningún sitio-
Temas
- Conflicto generacional
- Tradición y modernidad
- Libertad de pensamiento, rebeldía
- Individuo y sociedad
- Ignorancia y conocimiento
Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
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Última actualización: 22/09/2024
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