Las lágrimas de Shiva, César Mallorquí: resumen

Capítulo I: El bacilo de Koch

Una vez vi un fantasma, o un espíritu. Y tuvo que ver con una cosa que se llamaba Las lágrimas de Shiva, que estuvo perdida durante décadas. 

Todo empezó en 1969, cuando yo tenía 15 años. Vivíamos bajo la dictadura de Franco, en un mundo bastante gris, por la falta de libertad, mientras que el mundo vibraba de efervescencia con los hippies, la música moderna y las protestas. Pero ese verano conocí a mis primas: Rosa, Margarita, Violeta y Azucena.

Vivíamos en Madrid. A principios de ese año me padre enfermó de tuberculosis (contrajo el bacilo de Koch) y le tuvieron que internar durante meses en un sanatorio de la sierra. Mi madre lo visitaba con frecuencia. Tras una de sus visitas, nuestra madre nos contó que papá iba a volver pronto, ya recuperado, para que para evitar el riesgo de contagio, nos mandarían fuera el verano. a mí con tía Adela, a Santander, y a mi hermano Alberto, dos años mayor que yo, con un tío que vivía también en Madrid. Protesté. Fue en vano, la decisión estaba tomada. Cuando fui a mi habitación, mi hermano Alberto lamentó que yo fuese a Santander, pero porque no era él quien iba a ir. Decía que mis primas estaban buenísimas, que no me enteraba de nada y que tenía que aprovechar la ocasión para disfrutar de esas cuatro bellezas jóvenes y adolescentes. No cambió mi opinión esa actitud de mi hermano, pero me entró el gusanillo: ¿cómo serían mis primas?

Llegaron los exámenes de final de curso, que me sentaban fatal, y estábamos en los últimos días de cole, antes de ir a Santander. Las chicas no me habían interesado hasta entonces, pero ahora se había despertado en mí cierta curiosidad y deseo, cada vez mayor, de conocer y estar con chicas, aunque no al nivel de mi hermano. Eran excitantes las chicas, pero no sabía estar con ellas. Aprobé todos los exámenes y mis padres me felicitaron. Una tarde pude habla con mi madre: le pregunté sobre tía Adela, su hermana. No la recordaba. Me contó que era muy guapa y que de joven todos los chicos iban tras ella. Su marido era ingeniero y vivía de las patentes de un invento que había hecho. De joven era un galán, pero se había vuelto algo excéntrico, aunque decía que me caería bien. Me enseño una foto de mis primas: Rosa, 18, Margarita, 17, Violeta, 15, como yo, todas guapísimas. Y la pequeña Azucena, de 12, la más guapa, pero todavía por florecer. Vivían en una villa. Me dijo que la familia de mi tío, los Obregón, había sido muy rica, pero que con la guerra se arruinaron. Y que tenían un secreto o algo parecido: Las lágrimas de Shiva. Y que cuando estuvise allí les preguntase por eso, y también por Beatriz Obregón. 

Una semana antes de mi salida, quedé con mis mejores dos amigos, que conocía desde la más pequeña infancia. Estábamos algo aburridos, como se suele estar los primeros días de vacaciones. Dimos una vuelta por ahí, discutiendo sobre cuales eran los mejores tebeos (decidimos que Las aventuras de Tintín). Luego, algo aburridos, jugamos a las chapas, un juego que ya no era propiamente de nuestra edad, y luego jugamos al fútbol con una lata, subimos a andamios, escapamos de porteros que nos querían atrapar por gamberros. Fue la última vez que jugué como un niño, mi último acto de infancia. A la vuelta del verano, todos volvimos cambiados, todos habíamos perdido la niñez. Me despedí ya de noche de ellos y en casa mi madre me había preparado ya el equipaje. Añadí a la maleta varios libros de ciencia ficción. Ya en la cama, me encontré raro, como si perdiera algo pero a la vez como si fuera a descubrir algo nuevo en mi vida. 

Capítulo 2:  Villa Candelaria

A la mañana siguiente mi madre y Alberto, mi hermano, me acompañaron a la estación de tren. Mamá no paró de decirme que fuera educado  y me comportara con formalidad, además de otros interminables. Sonó el pitido de salida, Mamá me abrazó. Alberto me llevó aparte y me dijo que si traía una bragas usadas de Rosa me pagaría 20 duros. Estaba salidísimo mi hermano. Subí al tren. Por la ventanilla siguieron saludándome, hasta que los perdí de vista.

El viaje transcurrió sin nada especial que contar. El paisaje pasó del mar dorado de la meseta a la verde exuberancia de los prados y bosques de la vertiente cantábrica, que hizo sentirme en otro planeta. Durate el viaje leí uno de los libros de ciencia ficción que me había traido de casa y eché alguna cabezada. Llegé s Santander y en la estación no había esperándome. Estuve en el andén un cuarto de hora, hasta que apareció mi tío Luis, que me saludó efusivamente. Me llevó a su flamante coche Jaguar y aterrorizado por la acelerada conducción de mi tío llegamos a la casa familiar, una gran villa antigua llamada Villa Candelaria. Entramos y tía Adela, parecida a mi madre pero más guapa, me dió la bienvenida con una gran efusión de cariño. Me presentó a Margarita, que me miró con suspicacia, y a Azucena, la pequeña. Rosa y Violeta no estaban en ese momento. Acto seguido, mi tío me llevó a mi habitación, muy espaciosa, en el segundo piso y contigua al resto de habitaciones de la familia. Me tumbé un rato y exploré con la vista los detalles de la habitación, mientras nu dulce sopor me transportaba. 

Oí unos golpes en la puerta. Me había quedado dormido en la cama. Era Margarita, que me enseñó la casa, excepto el torreón, donde había mucho polvo, decía. En la planta baja estaban el enorme salón, con un sinfín de retratos de la familia Obregón, el comedor, la cocina y la biblioteca con miles de libros. Me contó Margarita que la casa se construyó hacia 1800 de la mano de la fortuna de Juan Nepomuceno Obregón, el patriarca de la familia -me enseñó su retrato, un gordo con cara de sinvergüenza- que llegó a ser nombrado hijo predilecto de la ciudad. Un pirata, en palabras de Margarita. Toda la casa estaba llena de antigüedades y aunque era lujosa, parecía haber entrado en un estado de decadencia. Me llamó la atención un retrato de una mujer hermosa. Le pregunté por él a Margarita. Me dijo que era Beatriz Obregón, la hermana de su bisabuelo. Recordé lo que me había dicho mi madre de las lágrimas de Shiva y le pregunté sobre ello a Margarita. Me miró extrañada, preguntándome que de donde había sacado ese dato. Le dije que de mi madre, pero que no sabía nada más. Me dijo que no hablara nada de ello con mis tíos, y solo añadió que había sido la ladrona de la familia, la que los llevó a la ruina. Las preguntas sobre las lágrimas de Shiva y su relación con Beatriz Obregón se agolpaban en mi mente pero no me atreví a preguntar nada más. Subí a mi habitación y allí me encontré a una chica. Supuse que era Violeta, y ella supuso que era Javier. Nos presentamos de forma algo extraña. Estaba hojeando mis libros de ciencia ficción. Me dijo que ella no leía eas cosas, sino autores como Dostoievski, Scott Fitzerald y me dijo que de ciencia ficción solo merecían la pena 1984 y Un mundo feliz. Me pareció pedante. Bajamos a la cena y allí conocí a Rosa, simpática y hermosa. Tenía 3 años más que yo, y sabía que era inaccesible para mí, pero me quedé prendado de ella al instante. Comenzó una conversación alrededor de la mesa. Mi tío preguntó si me había gustado la casa y si echaba algo en falta. Pregunté por la tele. Se miraron. Margarita dijo que solo echaban puta  propaganda franquista. Su madre le reprendió.  Comenté que me gustaría ver la llegada del hombre a la Luna (estábamos en julio de 1969). El tío Luis me avisó que no tenían tele, un invento mal utilizado dijo, pero que encontraría una solución a mis comprensibles deseos. Margarita hizo un comentario antiyanqui con lo que me di cuenta de que era la niña rebelde de la familia. Fuimos al salón y mi tía Adela puso un disco de música clásica, mientras mis primas leían, escribían o sinplemente estaban allí. Hoy reflexiono y veo claro que en aquellas casa el tiempo transcurría de forma más lenta. Subí a mi habitación y enseguida me quedé dormido.

Me desperté de madrugada con la sensación de que alguién más estaba en la habitación. Como una respiración. Dije en alto si andaba alguién por ahí. Pero no hubo contestación. Luego percibí un intenso aroma a flores. Encendí la luz. No había nada, pero estaba convencido de que alguién había estado en mi habitacíón. Inquieto, me costó volver a a conciliar el sueño. 

Capítulo 3: Perpetuum mobile

Durante una semana estuvo lloviendo y poco salí de casa. Tía Adela me enseño un día la ciudad y con tío Luis fui al cine un par de veces. Ellos no trabajaban, vivían de rentas, pero tenían sus rutinas. Tío Luis se pasaba las tardes en el sótano, haciendo todavía no sabía qué. Rosa iba a una academia de estudios de matemáticas y dibujo, Margarita siempre fuera de casa supongo que con sus amigos revolucionarios, Violeta no salía de su habitación y Azucena siempre con su madre. Yo hablaba mucho con Ramona, la criada, una mujer bruta, de campo, pero muy simpática. Leía mucho y oía seriales en la radio (tuve que aguantar el desprecio por ello de la antipática Violeta). Pero me aburría muchísimo. Pero pasaron tres cosas esa semana dignas de contar. 

La primera. Una noche oñi unos ruidos y me asomé a la ventana y ví a una persona descolgándose de la habitación de Margarita por el  canalón hacia el jardínmenfundada en una zamarra y con capucha. Cuando bajó, miró hacia la habitación y pude ver la cara de Rosa. ¿Por qué salía a escondidas de casa a esas horas?

El segundo. Una tarde en la que solo Violeta estaba en casa, bajé al sótano picado por la curiosidad. Llamé y como nadie contestó, entré. Dentro había un montón de herramientas y extraños cachivaches y aparatos. De pronto apareció mi tío, me sobresalté pero enseguida me tranquilizó diciéndoem que me quedase. Me dijo que todos esos aparatos eran móviles perpetuos, mejor dicho, pretendidos móviles perpetuos, porque por el segubdo principio de la termodinámica era imposible diseñar un aparato que por sí solo se moviera infinitamente, ap esar de que tantos y tantos  a lo largo de la historia lo habían intentado. Era su afición sin embargo y presumía de que sus aparatos eran realmente ingeniosos. Decía que las mujeres, especialmente las de casa eran incapaces de entender esa afición, porque en general les gusta demasiado el orden, y que por eso se refugiaba ahí, en el sano, porque podía hacer lo que venía en gana. Le dije que mi madre me había dicho que era inventor y lo reconoció, pero dijo que sus patentes no tenían mayor importancia, frenos, suspensiones y cosas así, aunque un componente del módulo lunar estaba basado en una patente suya. Pensé en preguntarle, por la confianza con que había contado todo, por las lágrimas de Shiva pero me aguanté. Dijo que tenía que seguir con un proyecto y me despedí de él. Esa noche soñe con un mundo que no paraba nunca, un mundo de movimiento perpetuo, con pájaros que siempre volaban, ...

El tercer suceso ocurrió al día siguiente al anochecer. Estaba en el salón cuando oí ruidos de tacón, pero miré y no había nadie. Oí como el vuelo de una falda en el aire. Corrí hacia el pasillo pero no vi a nadie. Un olor de flores flotaba en el aire. y en esto me di cuenta de que Violeta me miraba. Me dijo que la había visto. A quién, pregunté. No había visto a nadie. Hay aroma de flores, dijo, a nardos, pero ninguna de nosotras lleva ese perfume. No entendía nada. Dijo que mentía, y volvió a su habitación. 

De noche en mi cama, relacioné lo ocurrido con la experiencia de la primera noche. ¿Había un fantasma? ¿Una mujer fantasma en Villa Candelaria? Al día siguiente nos dedicamos a encerar el suelo, para al final sacarle brillo patinando sonre unos paños. Pregunté a Azucena  si se había divertido y aproveché la ocasión para decirle si no tenía amigos, porque siempre la veía en casa. Y porque nunca hablaba. Se encogió de hombros. Subí a mi habitación, pero antes quería pasar por el baño pero vi que estaba ocupado, y por la rendija pude a vr a mi prima Margarita completamente desnuda en la ducha. Estaba hermosísima. Fui a mi habitación pero estaba muy excitado por la visión que había tenido. Era la primera vez que veía a una mujer desnuda. En esto apareció Violeta a prestarme un libro y notó mi nerviosismo, pero le dije que estaba bien y le di las gracias por el libro: El guardián entre el centeno, de Salinger.

Por la tarde comencé al leer el libro de Salinger. Cuenta la fuga de un chico de 17 años llamado Holden Caulfield durante tres días. Es un libro que aparentemente no tiene trama, pero que tiene un mensaje muy profundo sobre la vida. Me atrapó desde el primer momento. Bajé al salón a continuar la lectura y estaban todas las mujeres reunidad: tía Adela y las cuatro hijas. Tía Adela bordaba, Violeta escribía, Rosa dibujada (tenía que entrenar en dibujo para ingresar en arquitectura) y Azucena miraba. Sorprendentemente, la revolucionaria Margarita tambiñen bordaba. Una estampa realmente llamativa la de todas las mujerers reunidas. Violeta me llamó aparte: dijo que ya sabía que la había visto desnuda, y que no pasaba gran cosa por ello, pero me avisó que no contara a nadie que bordaba, era su afición oculta, porque si no se chivaría del episodio a sus padres. Me puse nervioso y evidentemente no tuve más que aceptar sus exigencias. Volvimos al salón y Rosa propuso hacerme un retrato leyendo el libro. En ese rato que estuve quede maravillado por el ambiente domñestico en esa casa, todas las mujeres juntas apaciblemente, con un paso del tiempo misterioso y atractivo a la vez. Una armonía de la que yo nunca podría formar parte. Rosa me regaló el retrato que había hecho de mí, un retrato que mostró a mi persona de un modo extraño pero interesante. Todavía lo guardo y cuando lo miro me transporta al verano que pasé allí entre esas mujeres. 

Al día siguiente sábado, antes de levantarme, acabé el libro. El título de El guardián entre el centeno viene de que al protagonista le gustaría guardar a niños que juegan un campo de centeno, para que no se caigan a un precipicio. A mi también me gustaría encontar mi lugar en el mundo. Me levante tarde, desayunñe con Ramona, fui a la blbioteca a mirar libros. Allí encontré Frankenstein, en edición de 1897, y me sorpresa fue que estaba firmado por Beatriz Obregón. Me pareció increible. Me acerca al retrato de Beatriz para contemplarlo, y en esto que llegó Violeta. Le enseñé el libro, me dijo Violeta que a Beatriz le gustaban mucho las novelas góticas. Le dije que el libro de El guardián entre el centeno me había gustado mucho y que me lo regalaba. Y me dijo que el otro día vi a Beatriz Obregón, estaba segura. Al final le tuve que confesar que sí que tuve algunas visiones o sensaciones. Violeta me dijo que nunca aparecía del todo. Que ella también la había sentido. Le pregunté si era el fantasma de Beatriz lo que habíamos sentido, y no me quiso contestar claramente. Insistí. Violeta se irritó. Le pedí perdón. Pero le pregunté por qué andaba el fantasma de Beatriz, por qué Margarita dijo que era una ladrona. Y entonces me invitó a dar un paseo, donde me iba a contar toda la historia. Iríamos al cementerio.

Capítulo 4: La extraña historia de Beatriz Obregón

Fuimos al cementerio en autobús. En la parte más antigua del camposanto, encontramos el mausoleo de la familia Obregón, y detrás de este la tumba, más sencilla, de Beatriz Obregón. Violeta me adelantó que en la tumba de Beatriz ni había ni había habido nunca ningún resto de Beatriz. Y comenzó a relatarme su historia. Resulta que el tatarabuelo de Violeta tuvo dos hijos, Ricardo, bisabuelo de Violeta, y Beatriz. Ricardo se casó pronto. El padre de Beatriz decidió que Beatriz se casara con el primogénito de los Mendoza, que eran los más ricos de Santander y una de las familias más ricas de España. Era un pacto entre las dos familias. Beatriz no sentía nada por el primogénito Mendoza, de nombre Sebastián, pero este sí que estaba enamoradísimo de Beatriz. El regalo de compromiso fueron las Lágrimas de Shiva, que es el collar de esmeraldas que luce Beatriz en el retrato de casa. Sebastián trajo las esmeraldas directamente de la India. Según cuenta la leyenda, el demonio Ravana mató a la esposa de Shiva, de nombre Durga, arrancándole cinco órganos. Shiva derramó cinco lágrimas por la muerte de su esposa y entonces ocurrió un milagro: las cinco lágrimas se convirtieron en los órganos de Durga que la hicieron resucitar. Y de esa leyenda viene el nombre de las cinco esmeraldas, que Sebastián hizo engarzar en un collar magnífico. El collar incluso estuvo expuesto en Santander a lavista de los ciudadanos y despertó una gran admiración. la boda iba a ser el 10 de junio de 1901 pero nunca se celebró porque la víspera Beatriz desapareció y el collar también. Los Mendoza acusaron a los Obregón de robo del collar. Y hubo pleitos incluso, porque se supone que la ruptura del compromiso exige también la devolución de los regalos. Beatriz nunca apareció y se la dio finalmente por muerta, su hermano Ricardo mando construir esa tumba fuera del mausoleo como gesto de reprobación. 

Miré hacia la tumba y vi que había una flores marchitas. Pregunté a Violeta, y no lo sabía. Ella también quedó extrañada. 

Volvimos a casa juntos. Allí, en el salón, contemplamos el retrato de Beatriz, con las lágrimas de Shiva al cuello. Era realmente triste que tuviese que casarse con una persona a la que no quería, aunque llevase al cuello una millonada. El retrato llevaba la fecha de mayo de 1901, pocas semanas antes de casarse. Todo parecía indicar que negándose a aceptar el destino que le había marcado, huyó con el collar para rehacer su vida lejos de casa. Fue realmente, como decía Violeta, la más valiente de la familia, una familia que entonces parecían sin vida, y hoy en día también, viviendo siempre en la misma casa, sin cambiar nada. Le pregunté si creía en fantasmas. Respondió que no, pero sí creía en el fantasma de Beatriz. Entre otras razones, porque yo también la había visto. 

A partir de entonces mi relación con Violeta mejoró. Hablamos de literatura, de El guardían entre el centeno, 1984 y Un mundo feliz, Empezamos a intercambiarnos libros. Yo le regalé Crónicas marcianas, para iniciarla en la ciencias ficción que tanto criticaba, sobre la llegada y colonización de Marte por los humanos desde el punto de vista de los marcianos y le gustó mucho su melancolía y pesimismo. Luego ella me regaló El viejo y el mar de Hemingway, que me gustó bastante. Yo le pasé, Ciudad de Simak, y luego ella a mí, La metamorfosis de Kafka, un relato sobre un chico que se convierte en insecto. Tras leerlo, estaba una tarde solo en casa y fui a la biblioteca a leer otro. Cogí Frankenstein, el libro que había sido de Beatriz. Fui a mi habitación, leí unas páginas, cerré un poco los ojos, adormecido, unos segundos y entonces ocurrió algo que me puso los pelos de punta.

Cuando abrí los ojos, me encontré el libro encima de la cama y no en la mesilla que lo había dejado, y abierto por la mitad, y en esa misma página en la que se había o alguién lo había abierto, una nota manuscrita por Beatriz, en letra verde. En ella decía que se sentía como Frankenstein, fuera de lugar, sola y espera que mas allá del mar se encuentre su lugar. Dice que durante la mañana creyó ver el Savanna, pero no fue así y que estaba triste por ello.

Cuando vino Violeta le conté lo sucedido. Yo ya estaba convencido de que había algo sobrenatural en la casa. Propuse contárselo a sus padres, pero me dijo que sin duda no me creerían. La verdad es que estaba aterrorizado, nunca creí en los espíritus ni en los fantasmas. Violeta me tranquilizó, siempre había vivido allí y nunca había pasado nada. Violeta dijo que sin duda Beatriz o su espiritu quería ponerse en contacto conmigo. El libro lo leyó en 1901, ya que esa fecha aparecía junto con la firma. Pensando, Violeta planteó que quizás Beatriz no huyó con el collar, sino que alguién la mató y escondió su cuerpo, para hacerse con el collar. Quizás nos pedía ayuda para esclarecer su muerte y despejar la maldición que había caido sobre ella, en la que todos creían que había robado el collar. ¿Qué era el Savanna? Igual eso nos daba una pista. Violeta dijo que investigaría sobre ello.

Esa noche no puede dormir bien y los siguientes días estuve nervioso. Violeta se mostraba reservada y seria; de hecno, casi ni la veía, porque estaba siempre fuera de casa. No me comentaba nada del asunto. Pero al mismo, afortunadamente, Beatriz o su espíritu no hicieron acto de presencia. Para pasar el tiempo, en la biblioteca busqué todos los libros de Beatriz que había en la biblioteca, muchos de ellos de misterio. No encontré en ellos ninguna nota, pero me quedó claro quer era una soñadora, amante de la aventura. 

Ya era mediados de julio. Papá me llamó, iba mejor de salud. El tiempo mejoró. Yo paseaba por la playa y jardines de alrededor. En una semana el ser humano llegaría a la luna, pero en aquella casa nadie decía nada de traer una tele o algo así. Todos iban a lo suyo, mi tío con sus inventos, otros leyendo, ... También ponían música, aunque cada uno tenía sus gustos. 

Un día, de noche, ya en mi habitación, ocurrió algo. De la habitación de Margarita oí ruidos. Me asomé y vi a Rosa bajando por el canalón de la fachada. Fui a la habitación de Margarita a ver que pasaba. A regañadientes, me hizo entrar. Me explicó que Rosa había quedado con unos amigos y que salía así porque sus padres no la dejaban salir. No lo creí. Violeta también estaba allí y añadió que iba a salir con un amigo en especial. Se hizo un silencio. Observé la habitación de Margarita, llena de libros de política. Y luego, tras advertirme de que no dijese nada, dijo que ese amigo especial era Gabriel Mendoza. No reaccioné ante esa noticia y Violeta dijo que nsi no me daba cuenta que era de la misma familia de los Mendoza de aquel que se comprometió con Beatriz. Y  dado que las dos familias se odiaban, que los padres respectivos de los dos jóvenes tenían prohibido verse el uno con el otro. Y todo ese odio por el collar. Margarita dijo que los Mendoza habían coqueteado con el régimen franquista, que movió los hilos para arruinar a los Obreg´on, que su fortuna vino del tráfico de esclavos, aunque reconoció que la de los Obregón tuvo el mismo origen. Por lo visto,  mi tío Luis descubrió hace un timpo el romance entre los dos jóvenes y prohibió a Rosa ver a Gabriel. Violeta defendía a su hermana enamorada, pero Margarita no creía en eso del amor. Violeta le dijo  entonces que era una amargada y saltaron chispas entre las dos, pero al final como buenas hermanas terminaron como de broma. Salimos Violeta y yo de la habitación en silencio y Violeta me susurró que sabía algo sobre el Savanna. Quedamos al día siguiente enpla playa para contármelo.

Capítulo 5: Savanna

Al día siguiente fuimos a la playa. No quiso contarme nada al principio. Quería bañarse y tomar el sol. Nadamos juntos. Al salir, tumbados en la arena, observé su belleza sensual, las curvas de sus senos. Abrió los ojos. ¿Qué miras?, me espetó. Empezó a hablar. Me dijo que había preguntado a la familia y que así habñia sabido que nadie de entre elloos era la persona que llevaba flores a Beatriz al cementerio. Le pregunté por el Savanna. En lugar de contarme lo que sabía, me hizo acompañarla fuera de la playa  y me llevó a una tienda de efectos navales, donde me presentó a su dueño, Abraham Bárcena, que era además capitán de la marina mercante. Abraham saludó muy efusivo a Violeta. Me contó, luego me dijo que exagerando, su vida de marino. Y que había heredado la tienda de su abuelo.  Luego Violeta dijo que era uno de los que mejor conocía la historia naval de Santander. Tras una breve explicación, me sacó una antigua postal del puerto de Santander, por donde había pasado Beatriz,  y se podía ver una goleta, y con lupa pude ver el nombre del barco: Savanna.

Abraham nos contó que la víspera había estado con su grupo de amigos, todos viejos marineros. Uno de ellos, Braulio Correo, conocía al Savanna. Era un barco de vela que en sus tiempos en los que se dedicaba al comercio de especias con América era incluso más rápido que los barcos a vapor de entonces. El barco era de Simón Cienfuegos, hijo bastardo de un marqués criollo de Cuba. Era mulato. Había sido pirata pero tras adquirir el Savanna se hizo comerciante y se dedicó también al contrabando. Braulio le conoció de niño. El caso es que de repente el Savanna dejó de fondear en Santander y Cienfuegos desapareció con él. Ya de camino a casa, Violeta pensó que quizás Beatriz quería comprar un pasaje en el Savanna para escapar, por eso mostró tristeza al ver que el Savanna ya no estaba. Seguramente quiso embarcarse en el Savanna al ser un barco viejo y así poder pasar más desapercibida. Y entonces la tripulación o Cienfuegos, que había sido pirata, le robó el collar y a ella la lanzaron por la borda. Quizás su espíritu abrió el libro Frankenstein para que viésemos sus notas y tuviésemos una pista sobre lo que le pasó. Yo era escéptico, le dije a Violeta que toda esa historia era bastante fantasiosa. Ella me dijo que tenía poca imaginación. 

Ese mismo dia vi el lanzamiento del Apolo XI en camino a la Luna desde un bar próximo a Villa Candelaria. A Violeta poco le vi los siguientes días, quizás estaba indagando sobre Beatriz. Un día, la vi subiendo a la última planta, donde en principio sólo había un desván. Picado por la curiosidad, subí. Allí solo había trastos viejos. Pero entré al oro cuarto y vi que estaba limpio y ordenado, con una mesa, una silla, una máquina de escribir y papeles. Empecé a leer. Era un relato. Pero de pronto, Violeta apareció, yo intenté disimular, pero se mostró irritada por que yo hubiese entrado en su cuarto secreto y fisgara sus cosas. Le pregunté si escribía, de mala gana me respondió que sí, que eran solo bocetos. No quiso dejarme nada para leer. Había visto que tenía escritas notas sobre Beatriz y le pregunté si iba a escribir un relato sobre ella. Quizás, dijo. Beatriz debió escribir sus notas en el libro Frannkesntein desde esa habitación, porque era desde allí desde donde se podía divisar el mar. Salimos. Le señalé el trastero y le sugerí que quizás había allí cosas de Beatriz.  Su interés se despertó, pero al final lo dejamos correr por la cantidad de trastos que había y además sus padres no le iban a dejar curiosear entre las cosas.

Capítulo 6: La mano en el espejo

De noche solía pasear por la playa. Me tumbaba y miraba las estrella, pensaba en mis primas: Rosa, la mayor, sensata pero a la vez romántica, Margarita, puro fuego pero a la vez le gustaba bordar, era algo raro, Violeta, seria pero soñadora y Azucena, que nunca hablaba pero apuntada una gran inteligencia. 

Un domingo por la mañana, el día que estaba previsto que el ser humano llegara por primera vez a la Luna, estando yo desayunando, mi tío Luis, con ojeras y demacrado, me quiso enseñar algo. Me llevó al salón y allí, al lado del a chimenea, vi una caja de madera de vino con unso botones, y además tenía una pantalla. Era una tele! La había hecho él mismo, incluso había hecho una antena, claro. Pusimos en marcha la tele, mi tío subió al tejado a ajustar la antena, pero en la pantalla solo se veía la nieve electrónica típica de falta de recepción de señal. Pero luego, tras varios intentos, en la pantalla se fue dibujando una imagen, el sonido, ..., era un anuncio. Todos nos reunimos en el salón para ver la tele, aunque tía Adela era algo reacia a tener ese trasto ahí. Al final todos se aburrieron y mi tío se quedó mirando la tele durante horas, haciendo pruebas. Tía Adela le reprendió y él se incorporó diciendo que no era más que una caja tonta que hipnotiza a la gente. 

Finalmente el ser humano llegó ese día a la Luna. Tres astronautas, bueno dos, porque un tercero se quedó en la nave que orbitaba la Luna para recoger a los otros dos que bajaron. Siempre me pareció que ese astronauta que se quedó en la nave era un poco pringado. Para ver el alunizaje sí que nos reunimos todos frente a la tele. Margarita empezó una perorata sobre el imperialismo yanqui, que era una camapña contra la URSS, y que ningún astronauta era negro. Tío Luis asintió, diciendo que a los negros en USA ni les dejaban subir a los buses libremente. Margarita criticó el coste del proyecto, pero yo  le discutí que gracias a ellos se harían muchos avances. Criticaba que todos fueran hombres, pero yo le decía que sí que había astronautas rusas. Todos conocían a Margarita y se callaban pero yo no podía dejar de discutir sus argumentos. Segií observando el alunizaje con fascinación, se hacía realidad lo que habìa leído en tantas novelas. Cuando acabó el programa, con la imagen de Franco como siempre, nos fuimos a la cama. Pero me costó dormir, esas imágenes, aunque de mala calidad en esa tele, se me habían quedado grabadas. Al día siguiente, vi con tío Luis el despegue de la nave de la Luna, algo decepcionante.

Ese mismo día fui a la playa con Violeta y Azucena. Azucena se comportó como siempre, me miraba sin decir nada. Parecía autista esa chica. Cuando fuimos a casa, me metí en la ducha y estuve un loargo rato disfrutando de ella, hasta que percibí un suave aroma a nardos. No me atreví a correr la cortina al principio pero el aroma se hizo cada vez mñas intenso y al final cuando salí, no vi  a nadie en el baño, pero el corazón me dio un vuelco cuando vi escrito sobre el espejo empañado el nombre Amalia. Me quedé estupefacto pero luego fui corriendo donde Violeta para que viese aquello. A regañadientes, malhumorada, vino al baño, percibió cierto aroma a nardos y vio las letras. Dijo que Beatriz quería decirnos algo, aunque no conocía a ninguna Amalia.  Yo le dije que igual había sido la rara de Azucena. Me propuso ir a su habitación para hablar.

Ya en su habitación, me dijo que creía saber qué estaba pasando, eso suponiendo que los fantasmas existan. La interrumpí y afirmé de nuevo que los fenómenos paranormales no eran reales sino generalmente provocados y reiteré mis sospechas hacia Azucena. Violeta me cortó y me dijo que lo que estaba claro es que todo se había desencadenado al venir yo, y que buscaba algo de nosotros. Estaba claro que los de Savanna era una pista que nos dio y ahora venía lo de Amalia. Y que debía recordar como yo mismo había visto el vuelo de una falda espectral dirigiéndose al desván. Ahí es donde debíamos buscar algo, según Violeta. La verdad, a mi no me apatecía nada revolver por ahí. 

7: Del amor y otros desastres

Al día siguiente fuimos al desván, Violeta ya le habñia avisado a su madre, que la tomó por loca. El desván era enorme y estaba petado de trastos reunidos durante décadas, calculé 11 toneladas por lo bajo. Pensamos que lo que buscábamos, lo mñas antiguo, estaría al fondo, asi que había que sacar o apartar el resto antes. Nos pusimos mano a la obra, pero era extenuante. Estuvimos varios días trabajando. Mientras tanto, algo terrible se cernía sobre la casa.

Los astronautas volvieron de la Luna, pero mi tío siguió viendo la tele. Se tragaba toda la programación. El mismo se dio cuenta de que no podía seguir así, decía que la tele era diabólica y terminó por desmontarla. Mientras tanto nosotros seguíamos rebuscando en el desván, aparecían cosas curiosas, juguetes antiguos, cosas de la Guerra Civil, ... Eramos una especie de arqueólogos. Cuando llegamos a las cosas de hacia 1930, ocurrió algo inesperado. Estábamos rebuscando entre las cosas, cuando Violeta oyó unos gritos dentro de casa, que yo percibí a continuación. Violeta bajó a ver qué pasaba. Yo continué, hojeando revistas viejas. hasta que yo también bajé y me encontré a Violeta, Margarita y Azucena en la puerta del salón. Había venido don Germán Mendoza, el padre del novio de Rosa. Discutían. Mendoza le dice a tío Luis que controlara a su hija, y tío Luis le decía lo mismo respecto a su hijo. Finalmente, Mendoza se fue airado en su coche con chófer. Tio Luis se dirigió a donde sus hijas, preguntó por Rosa, que estaba en su habitación y echó en cara a mis primas haber mantenido todo en secreto. Por lo visto Mendoza había contratado un detective para vigilar a su hijo y así se había enterado de la relación entre los dos jóvenes. Tío Luis fue donde Rosa y le echó una broca impresionante. Le prohibió ponerse en contacto con Gabriel Mendoza y permanecería en casa todo el verano hasta que al inicio del curso fuera a Madrid a estudiar Arquitectura. Me sorprendió que tío Luis, siempre tan afable y tranquilo, incluso pánfilo diría yo, se mostrara tan despótico. Un ambiente sombrío se instaló en la casa, tía Adela estaba triste y las cuatro hermanas hicieron una piña y permanecían mucho tiempo juntas, mientras tío Luis deambulaba por casa. Yo veía claro que nunca podría tener una relación así de estrecha y de apoyo mutuo con mi hermano. Como Violeta estaba casi todo el tiempo con su hermana Rosa, dejamos de explorar el desván. Empezaron unos días de lluvia y no podía ir a la playa. En las comidas nadie hablaba, era un ambiente muy tenso. Un día Rosa se fue a su habitación sin acabar de comer y Margarita espetó a su padre a ver cuándo iba a acabar esta situación. Tío Luis le respondió que era el padre de Rosa y que estaba en su derecho, mientras que Margarita le replicó que no se podía seguir así por una historia de hace 100 años. Todos los demás estábamos callados. Tío Luis dijo que se equivocaba y contó que los Mendoza lanzaron un montón de calumnias sobre su padre al final de la Guerra Civil, que si era rojo, y que por culpa de eso su padre perdió todo lo que tenía y pasó dos años en la cárcel, tras lo cual volvió totalmente cambiado, triste y derrotado. Su madre murió en 1944 y su padre finalmente en 1950, él creía que de tristeza. Y todo eso lo tuvo que sufrir él, decía, y que por eso no estaba dispuesto que ahora uno de sus hijos vaya detrás de su hija mayor. Que no lo permitiría. Esa noche aprendí que todos tenemos una causa para los cosas que hacemos y que la de tío Luis era comprensible. 

Al día siguiente, Rosa me llamó a su habitación y me contó su relación su Gabriel. Hacúa un año y medio que les presentó un amigo común, aunque ya se conocían de vista. Estudiaba Arquitectura en Madrid. Empezaron a verse a escondidas y cuando Gabriel volvía a Santander. Me enseñó una foto. un chico majo, con el pelo revuelto y barba, despreocupado. Me dijo que no se parecía en nada a su madre, que era amable y que desbordaba humor. Esa tarde estaría en el bar del Casino y me pidió que le entregase una carta. Ni ella podía salir y sus hermanas no podían hacerlo porque el detective las reconocería. Mirá a Rosa y asus hermanas fijamente. No me pude negar. 

Fui al bar esa tarde. Enseguida conocí a Gabriel y me presenté. Ya le había hablado Rosa de mí. Pidió un par de cerveza, me preguntó por Rosa y tras responderle lacónicamente le entegué la carta, que leyó tres veces. Mientras me fije en él, era alto y desgarbado, vestía de forma modesta, nadie diría que era hijo de millonarios, incluso tartamudeaba un poco. Un punto encantador para las chicas. Tras leer la carta, suspiró y me dijo que mi prima era maravillosa. Me contó luego que estudiaba para arquitecto en Madrid y que Rosa iba a empezar los mismos estudios, y que así iban a estar juntos, pero que su padre se enteró y le iba a mandar a una universidad norteamericana. Me dijo que se lo contase a Rosa. No sabía que iba a hacer. Había intentado convencer a su padre de quedarse pero había sido en balde. Que su padre estaba obsesionado con que una Obregón dejase plantado a un Mendoza. Así que no tenía más remedio que ir a los USA a estudiar, que su padre era un hombre muy duro y no había nada que hacer contra su voluntad. Siguió contándome cosas sobre su familia, sobre Rosa, mientras bebíamos cervezas sin parar, hasta que nos emborrachamos. Gabriel conocía al detective, estaba allñi en el bar con nosotros y le invitó a unirse a nosotros y también se emborrachó, prometiendo que iba a dejar el caso, pro Gabriel le rogó que no, que de tener un detective detrás prefería que fuese él. 

Volví borracho a Viilla Candelaria a las diez y media de la noche. No me tenía en pie, no podía ni meter la llave. Me abrió Margarita, y tras comentar la borrachera que llevaba, fue a donde sus padres a decir que me había indispuesto. Volvió acompañada de Rosa y Violeta. Rosa me interrogó sobre la carta y balbuceando como estaba de borracho le dije que sí, añadí que Gabriel era un tío estupendo,l y al final le pude contar lo de que se tenía que ir a los USA. Rosa se quedo muda y luego empezó a llorar, para luego irse a su cuarto. Violeta me echó una bronca impresionante por contarle lo que le había contado, y además de esa manera. No recuerdo más, solo que me quedé dormido. 

Me desperté de madrugada para vomitar y al día siguiente me levanté echo una piltrafa. Me encontré con Ramona en le desayuno que enseguida se dio cuenta de que tenía resaca de borrachera. Me atendió con cuidados maternales. Volví a mi habitación. Deprimido, fui luego a la biblioteca a hojear algún libro, me fijé en el retrato de Beatriz. Pensé en ella, ¿la mataron en el Savanna para robarle las lágrimas?, ¿de ser así, dónde estaban las lágrimas? Pensé además que, lo que es la vida, la historia de Beatriz se había trasladado al romance entre Rosa y Gabriel Mendoza. En esto, entró al salón Ramona, y viendo que miraba el retrato, me habló de ella. Conocía la historia del collar. Y que la señora Amalia le seguía hablando de ella. Me quedé anonanado. Había dicho Amalia, el nombre que había aparecido escrito en el espejo. Le pregunté inquisitivamente sobre esa señora, sobre quién era. Amalia Bayero, me dijo, conoció personalmente a Beatriz, tenía ahora 90 años y eras su vecina, estaba bien de salud. No me lo podía creer. Le dije a Ramona queno se moviera de su sitio y fui corriendo donde Violeta, le pedí perdón por mi comportamiento la víspera, pero le advertí que me dejara por una vez hablar. Y es que, le dije, me había enterado de algo increible. 

8: La vieja doncella

Ramona nos dio la dirección de Amalia en las afueras de Santander y Violoeta y yo fuimos para allí enseguida. Vivía con su hija. A esta le dijimos que queríamos hablar con su madre para preguntarle cosas sobre los Obregón de Villa Candelaria. Nos llevó donde ella. Estaba en una mecedora, una ancina menuda vestida de negro, con el pelo blanco y una lentes para ver. Nos preguntó si éramos sus nietos, ya que tenía tantos que no los conocía a todos. Su hija le explicó que veníamos de Villa Candelaria, que Violeta era una Obregón, y que queríamos preguntarle sobre los años que pasó allí. Violeta le confirmó que era una Obregón y me presentó como su primo. Nos contó que había estado trabajando allí desde los 15 hasta los 22 años. Nos habló luego de don Teodoro, tatarabuelo de Violoeta y padre de Ricardo y Beatriz. Según ella, no era buena persona, no era más que un rico engreído. Que a ella como criada la trataba muy mal. Ricardo era igual que su padre. Menos mal que se fue de esa casa. Beatriz, en cambio, era diferente. Era amable y humilde. Ella era su doncella y se apenó mucho cuando se fue. Nos contó que se fue porque su padre la quería casar con Sebastián Mendoza, un petulante insoportable. Le preguntamos sobre el Savanna, pero ahí la anciana no nos contó nada más. No sabía nada del barco. Se quedó en silencio y cerró los ojos. Violeta pensó que ya era suficiente y nos fuimos. 

De vuelta a casa, Violeta me dijo que estaba segura de que la anciana mentía sobre el Savanna, por la cara que puso cuando lo mencionamos. Que hizo el papel de anciana que no recuerda nada. Y que por tanto nos ocultaba algo. 

Estamos en ello. Gracias por tu paciencia.

Personajes, lugares y más

  • Javier, protagonista y narrador en primera persona en la novela, es un joven adolescente que viaja a Santander a pasar el verano en casa de sus tíos y primas.
  • Rosa, Margarita, Violeta y Azucena, en ese orden de edad, primas de Javier. 
  • Tío Luis y tío Adela, los padres de las primas de Javier
  • Alberto, hermano mayor de Javier
  • Villa Candelaria, la casa de Santander donde viven sus primas y tios.
  • Savanna, nombre del barco en el que huyó Beatriz Obregón.
  • Beatriz Obregón, antepasado de las primas, personaje central del misterio de las lágrimas de Shiva
  • Las lágrimas de Shiva, collar de piedras preciosas de compromiso de boda de Beatriz.



Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
"Las lágrimas de Shiva, César Mallorquí: resumen" (en línea)   Enlace al artículo
Última actualización: 02/10/2024

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