El lector de Julio Verne, Almudena Grandes: resumen por capítulos

RESUMEN

I: 1947

Capítulo 1

Mi nombre es Antonino pero me llaman Nino y tengo 9 años. Vivo en un pueblo de Jaén de nombre Fuensanta de Martos. La gente piensa que tenemos buen clima, pero ya desde el otoño llega al pueblo, transportado por el viento, un frío espantoso. Yo dormía siempre con la cabeza tapada entre las sábanas, para que no se me helase la nariz, hasta que mi madre me despertada. El frío no solo me afectaba a mi. Todos lo sentían con preocupación. También mi madre, que se arrepentía por ello de haberse casado con mi padre, guardia civil, y destinado a ese pueblo gélido. Este año de 1947 mi madre y mis hermanas fuimos a la cercana pero cálida Almería a una boda de la hermana de mi madre. Cogimos el tren. Mi padre no vino a acompañarnos. Como era guardia civil, todo eran facilidades para nosotros cuando estaba él. Pero aún así, mi madre conocía a los guardias del tren, y nos dieron un buen acomodo. Durante el viaje, el ropaje nos empezó ya no  a proteger el frío, sino a darnos calor. El paisaje tambiñen nos mostraba que el clima era más benigno por esos lares. Tres dias estuvimos en Almería. Ví el mar. A la vuelta, mi padre nos esperaba. El frío otra vez. Pero la bienvenida del padre me dió calidez. Me preguntó por el mar. Enorme, dije. Solo eso. No le conté que mis primos me robaron los zapatos, aunque luego madre los recuperó, que comíamos a escondidas, tal era la penuria en la que se vivía. Ni lo del antiguo pretendiente de madre, que se acercó a saludarme.  Ni lo del preso que viajó con nosotros a la vuelta, siniestro porque también despertaba compasión. Iba esposado a un guardia. El guardia quiso orinar y se le ocurrió con el permiso de madre, esposarlo a mi, para poder ir él al baño. El guardia me dijo luego si iba a ser yo tambiñen guardia de mayor. Y es que los guardias eran unos privilegiados, todo el mundo les hacía la rosca. Y así llegamos a la estación donde nos bajamos, y de ahí cogimos el bus al pueblo, con mi padre. El paisaje volvió a ser el paise agreste que siempre conocí y no el colorido de los dias previos. Agreste, pero a la vez con muchas cosas para el que supiera cazar, pescar o buscar. Mi pueblo era pequeño y vivíamos en una casa cuatel, compartida con otas familias de guardias. El mando era don Salvador, rechoncho, tanto que le llamaban Michelín.

Era diciembre y madre me regaló una botella envuelta en fundas, para llenarla de agua caliente y que no pasara frío en el colegio. Era un regalo porque ya pronto tendría 10 años, y además tenía edad para que la botella no se me rompiera. Y es que los niños pequeños llevaban piedras que se habían calentado en casa, pero que enseguida perdían el calor. La llevé a al escuela y luego de noche a mi cama, y gracias a ella estuve calentito. Esa misma noche oí una conversación de mis padres: mi padre estaba preocupado, quería que fuese guardia civil pero le parecía que no iba a dar la talla. porque yo no crecía como debiera, y le propuso a mi madre que aprendiera a escribir a máquina, ya que así tendría otra oportunidad de trabajar como oficinista o así. Yo no quería ser de ninguna forma guardia civil, no quería dar miedo a la gente o que la gente me hiciese la pelota por ser guardia. Quería ir a una gran ciudad o si no vivir como Pepe el Portugués, sólo en el monte.

Mi padre había nacido en Valdepeñas de Jaén, Empezó a escribirse en la mili con la hermana de un compañero recluta, que creía que que era de Valdepeñas, el próspero pueblo de la Mancha. El malentendido se aclaró al terminar la mili, pero entonces mis padres ya se habían gustado el uno al otro. Primero habían ido a vivir a Valderrubio, donde mi padre trabajó de obrero en buenas condiciones, fueron muy felices y nació mi hermana. Luego llegó la guerra, y mi padre fue voluntario. Y durante la guerra nací yo, mi madre sola y mi padre que volvió al año. Los superiores sabían que conocía bien la sierra del sur de Jaén y le destinaron allí, porque allí no había acabado del todo la guerra y necesitaban a alguién que conociese bien la zona. Y así llegamos a Fuensanta.

Yo me sentía culpable por un lado, por no ser tan alto, y no poder ofrecer a mi padre la alegría de que yo también fuese guardia. Más aún, cuando supe el gran amor que sentía por mí, sobre todo cuando supe cuánto se preocupaba por mi futuro. Amor que sentía también mi madre, cuando supe interpretar que el regalo de la botella era para que no me sintiese menos que mis compañeros, aunque fuese un canijo.  En la escuela solía estar pensativo pensando en mi futuro y el profesor se daba cuenta y me reprendía, pero era buen alumno, no como Paquito, mi compañero de escuela y del cuartel, que no se sabía para nada la tabla de multiplicar, pero ques estaba claro que el sí que iba acabar de guardia civil. Yo en cambio no sabía como iba a terminar, no quería ser ni guardia in oficinista. Quería conducir coches de carreras o vivir como Pepe el Portugués, en el monte.

Cuando volví a casa aquel día, esperaba el abrazo de madre. Pero me encontré con que a mí y Paquito nos mandaron a casa directamente, mientras mi madre lamentaba, como otras veces, haberse casado con un guardia civil. Y es que habían asaltado al alcalde de un pueblo vecino, para robarle una gran cantidad de dinero, y que los asaltantes  vieron un pobre hombre y le dieron del botín 200 pesetas, y que al irse gritaron "viva la República", y que el alcalde dijo a los guardias que no conoció a ninguno de ellos, y que el dueño de una venta había encontrado veinte duros, con una nota firmada diciendo "así paga Cencerro".

Capítulo 2

Yo no me lo creía, porque era sabido que Cencerro estaba muerto.  Pero Pepe el Portugués me lo negó, me dijo que vivía, aunque se suicidara un día de julio y lo llevasen a su pueblo para que todos lo vieran, porque Cencerro sobrevivió a su propia muerte. Y añadió que les venía una buena encima.

Pepe el Portugués era la persona más especial que conocía. Le llamaban el Portugués, aunque fuera de Torreperogil, allá por Úbeba, al norte de Jaén, porque según él su abuelo sacó a bailar una portugesa feriante y al feriante le sentó mal. Y su familia heredó el mote. Había venido a Fuensanta tras recorrer mucho mundo, aunque no llegara a los 30. Le conocí un día que fui al molino con Paquito, a bañarnos en el río, y nos salió con un escopeta preguntando que hacíamos allí. Paquito salió corriendo pero yo le hice frente el río era de todos. Pero resulta que él habñia alquilado el molino a doña Angustias que lo tenía abandonado. Me presenté y le dije mi edad. El se presentó: Pepe. Y le dió la mano, fuerte y aspera. Esa tarde le ayudó en adecentar el molino. Paquito vino luego a buscarme, avisándome de la bronca que me esperaba en casa por pasar la tarde fuera y así fue. Me castigó sin salir, pero volví al molino a los pocos días. Padre y madre hablaron de él: padre confirmó que venía de Torreperogil, donde su novia había decidido casarse con otro por dinero. Padre le hizo una visita como guardia, para advertirle del maquis y pedirle que estuviese atento a los indicios que pudiese ver de ellos en el monte. Era un buen chaval, decía padre, pero madre no me dejó ir, aunque Pepe me hubiese prometido unas truchas. Con el tiempo supe que de pobre hombre nada, Pepe sabía que tenía que decir a quién, y ya sabía quién andaba por el monte. Domingo era, cuando apareció en misa, despertando la curiosidad de las chicas del peublo, y me prometió las truchas. Madre me dejó ir al final y allí fui y esperé hasta que él apareció. Me preparó las truchas para madre. Vi su casa limpia y ordenada. Y ya quise ser como él, ya no quería ir a Madrid a conducir coches. Quería vivir sólo en el monte, como él, fuerte e independiente. Despues de preparar las truchas, se puso camisas limpias, planchadas debajo del colchón, otro de sus trucos, y bajamos al pueblo y me invitó a una gaseosa en el bar. Yo ya estaba deslumbrado por su personalidad e incluso le imitaba en las conversaciones con mis amigos. Para mí era un héroe de las novelas del oeste que leía, o mejor aún. Un día que estaba en mis amigos me dijo que fuera a su casa, que me iba a dar una cesta de brevas para madre. Cuando llegué vi que había puesto cortinas. Me sonrojé porque alguna vez le había espiado, recibiendo visitas de un hombre y una mujer, aunque nunca le vi en  situaciones comprometidas. Percibió mi sonrojo y me ofrecia brevas, y me dijo que las cortinas se las había encargado Filo, Filo la Rubia, que a ver si la conocía, yo que cómo no. También las brevas las había traído ella. Filo era bellísima. Vivía con su madre y otros parientes en un cortijo, donde solo había ya mujeres porque los hombres se habían escapado todos. A su madre le raparon el pelo por roja. Y ella también se lo cortó, como protesta, y por eso también la raparon a ella. Se dedicaba Filo como su madre, a la recova, a comprar huevos para revenderlos. Huevos buenísimos, que también compraba mi madre. Pero siempre a escondidas. La recova estaba prohibida, y más de una vez confiscaban los huevos a las recoveras. Lleguñe a casa con las brebas, y al día siguiente en procesión, yo con las brebas, nos mandaron de pronto a todos a casa. Madre nos dijo que habían encontrado a Cencerro. Yo pensaba que Cencerro volvería a escaparse. Madre siempre vivía en vilo cuando padre iba al monte a hacer batidas para buscar guerrilleros, y se aliviaba cuando llegaba sano y salvo. Yo admiraba a Cencerro, como todas las mujeres del pueblo, por su bravura y hemrosura. Pos su forma de pagar con billetes firmados con él, que se guardaban como reliquias. A veces se daban noticias de su muerte en los diarios, pero siempre terminaban siendo falsas. Y que solo provocaban que los lugareños cantasen "Tengo una caba lechera .... un cencerro le he comprado ... tolón tolón" con ironía y sarcasmo, lo que provocó que prohibiesen la canción los mandos de la guardia civil en el pueblo,  cosa que era imposible, porque era una canción que sonaba en la radio todo el tiempo. Más de una vez hubo incidentes en los que la guardia civil fue al bar del peublo a hacer callar a los que la cantaban, tras un chivatazo.

Más de una vez también tuve que ir a funerales de guardias civiles. Pero no solo morían guardias. También guerrilleros, pero estos morían como mártires y héroes, como el joven Laureano, con solo 17 años, que murió girtando vivas a la república. desde casa oímos como le disparaban, y madre salió de sus casillas, que no se podía seguir así, mientras padre le decía que se callase. Volvimos a Almería y luego volvimos para el funeral de un guardia civil, y en el camino a la iglesia vimos a la madre de Laureano, impasible, de negro, con la mirada fija y rezumando emociones por todos lados.

Y ya el 16 de junio de 1947, en Valdepeñas de Jaén, Tomás Villén Roldán, Cencerro, y su compañero José Crispín Pérez, fueron rodeados en una casa de Valdepeñas de Jaén. LLlvaban mucho dinero, querían escapar a Francia. Mi padre participó en la operación. Y mientras mi madre no me dejaba de salir, por el miedo a lo que podía suceder. La emboscada a Cencerro fue propiciada por un chivatazo. De noche, tras una serie de tiroteos, la guardia civil decidió lanzar a la casa bidones de gasolina con dinamita pero los embiscados consiguieron refugiarse en una casa anexa. Y una vez más, lo intentaron con los bidones, tras pasar la noche, con el nuevo día. Y nada consiguieron. En la casa derruida encontraros billetes de mil pesetas hechos trizas: Cencerro decidió romperlos antes de que cayeran en manos de la guardia civil. Yo, mientras tanto, no hacía más que preguntar por padre en casa, sin poder salir por orden de madre. Y mientras Cencerro y su compañero, cantando la Internacional, se pegaron un tiro cada uno. Murieron, pero habían ganado. Los guardias lavaron sus cuerpos para mostrarlos y que no hubiera ninguna duda de que eran ellos. Luego, llevaron los cadáveres cada uno a su pueblo. Mi padre llegó a casa y mi madre se echó sobre él, abrzándole. Dijo a madre que nos dijera que saliésemos, que nos fuñermos. Yo, con con mi hermana oequeña Pepa. Y Dulce con una amiga. Siempre había tenido mi padre instinrto de superviviencia para con sí y los suyos: hacía un año que le mandaron cuatro días al monte, pero él simuló que se iba, para luego en secreto esconderse en casa.

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Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
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Última actualización: 26/12/2023

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