Mal absoluto
El concepto de mal absoluto o mal radical, mas allá de su acepción común y corriente de mal extremo o mal sin límites y dada su transcendencia y su repercusión en la vida de la persona, plantea la necesidad de análisis a nivel filosófico en relación a la naturaleza y origen de ese mal. Fundamentalmente dos han sido los filósofos que han reflexionado sobre estos aspectos: Immanuel Kant (1724-1804) y Hannah Arendt (1906-1975), esta última sobre todo a la violencia y maldad extrema del nazismo. Kant afirmó que los seres humanos desarrollamos tendencias tanto hacia al bien como hacia el mal; entre esas razones y variantes de mal, el grado más extremo correspondería al de la perversidad, como resultado de subordinar la decisión de si una actuación es moral o no a intereses y principios ajenos a la moral (por ejemplo, principios económicos o biológicos), de modo que el mal absoluto surgiría de la destrucción de la voluntad como expresión genuina de la razón. Desde este punto de vista, Kant rechazaría la existencia de personas que se guían por la perversidad como elección, al contrario, la perversidad sería una falla, una grieta en la razón humana.
Por su parte, Hannah Arendt realizó un análisis mas sociológico y político que antropológico, en relación al desarollo del mal absoluto, que ella dió en llamar banalidad del mal. Para la filósofa, que sufrió en primera persona los zarpazos del nazismo, la fuente y origen del mal absoluto provendría de los totalitarismos como ideologías y sistemas políticos, racionales y corruptos a la vez, banales y perversos al mismo tiempo. Arendt puso el acento además en la reflexión sobre lo ilimitado e insoportable del mal absoluto, afirmando que desde esa definición el mal absoluto debe ser imperdonable, precisamente por hallarse fuera de todo límite o atisbo de humanidad. Sin embargo, su valoración sobre la maldad de individuos en concreto, sobre todo en relación a los asesinos nazis y especialmente al criminal de guerra de las SS Adolf Eichmann, apresado por el servicio secreto israelí en 1960 y cuyo juicio donde se le dictó pena de muerte siguió y analizó, era ambigua en el sentido de que los exculpaba de la maldad de sus actos y los considerada meros funcionarios al servicio de un sistema totalitario, que cumplían a rajatabla y con perfecta eficiencia con los atroces actos que se les encomendaban. De ahí su conocidad expresión valorativa del mal absoluto como banalidad del mal.
Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
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Última actualización: 14/05/2023
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