Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes: resumen por capítulos
PRIMERA PARTE
Capítulo I: Quién es don Quijote
En un lugar de la Mancha, vivía un hidalgo, noble caballero de poca monta, de aquellos de los antiguos, pero pobre en posesiones. De cincuenta años más o menos, vivía con un ama, una sobrina de menos de veinte y un mozo para todo. Era flaco y duro a la vez. Se llamaba Alonso Quijano (haz clic).
Este hidalgo leía con gran afición libros de caballerías, y era tanta la afición que vendió muchas de sus posesiones para comprar más y más libros de estos, ya que se deleitaba en sus intrincados párrafos. Pero tanto y tanto los leía y pensaba, que al final perdió el juicio. Discutía con el cura del pueblo sobre quien era el mejor caballero, el más valiente. Siguió y siguió leyendo, hasta que se le metieron en la cabeza todas las fantasías caballerescas, y participaba en ellas en su imaginación, luchando con uno y contra otro.
Y en esto que se le ocurrió convertirse en caballero andante, como los de aquellos libros, y buscar aventuras a lo largo del mundo. Y tomó la decisión de cumplir ese deseo y comenzó los preparativos. Desempolvó antiguas armas de sus antepasados, y lo que faltaba o estaba roto lo apañó. Cogió su rocín, su caballo viejo y enfermo, y pensando un nombre, le dió el de Rocinante. Y luego pensó un nombre para él, y finalmente escogió Quijote, pero a semejanza de caballeros como Amadís de Gaula, quiso añadir su patria, y así se puso don Quijote de la Mancha. Pero diose cuenta de que le faltaba una dama a la que amar, para que los gigantes que venciera se arrodillasen ante ella. Se entusiasmó con la idea y se acordó de una guapa moza del lugar de la que estuvo enamorado, aunque ella no supiese ni sintiese nada por él. Aldonza Lorenzo se llamaba, pero él le puso el nombre de Dulcinea del Toboso, nombre que pensaba él que casaba bien con el suyo de don Quijote de la Mancha.
Capítulo II: Salida de Don Quijote
Impaciente por iniciar aventuras, Don Quijote no esperó más y en un caluroso mes de julio, con sus armas, armadura, celada para protegerla la cabeza, lanza y adarga o escudo, subió a Rocinante y salió contento del corral de su casa al campo. Pero enseguida se dió cuenta que todavía no era armado caballero, nadie le había dado ese título, y no podría utilizar armas por tanto, por lo que se propuso que el titulo de caballero se lo diese el primero que encontrase. Y prosiguió el camino, fantaseando sobre cómo recordarían en la posteridad sus hazañas y lamentando que Dulcinea, su amada, no le hubiese mandado comparacer ante ella antes de su salida. Y así cabalgó durante todo el día, hasta que cansado y hambriento, llegó al anochecer a una venta, que a él le pareció castillo. En la puerta encontró a dos mozas rameras, que a él le parecieron doncellas. Un porquero tocó un cuerno que a él le pareció un enano que le daba la bienvenida con una trompeta. Las rameras salieron corriendo viendo a tan extraño personaje, con esas viejas armaduras, y don Quijote las tranquilizó con palabras grandilocuentes diciendo que las doncellas como ellas no tenían nada que temer. Ante tales rebuscadas palabras, las mozas comenzarón a reir, lo cual dejó a don Quijote contrariado. Salió el ventero, que a don Quijote le pareció el alcaide del castillo. Este le avisó que no tenía lecho, pero si todo lo demás, ante lo cual don Quijote no manifestó ningun inconveniente, pues los caballeros deben pasar calamidades. Añadió que cuidasen bien a Rocinante, caballo como ninguno, aunque no le pareciera para nada buen caballo. Las mozas le quitaron la armadura, pero no puedieron quitarle la celada del rostro, y así quedo, aunque con la visera levantada. De comida le ofrecieron bacalao y un pan negro, y lejos de rechazarlo, lo dió por bueno, aunque dejaba mucho que desear. Pero a la hora de comer, el sólo no podía, por la celada, y fueron las mozas las que le tenían que poner la comida en la boca y hacerle beber vino por una caña. Pero a don Quijote todo le parecía maravilloso, como si estuviese en un castillo y le estuviesen agasajando. Pero le preocupaba el hecho de no ser armado caballero.
Capítulo III: Don Quijote se arma caballero
Acabó rápido la cena para dar solución a esa preocupación. Llamó al ventero e hincado de rodillas ante él, con solmenes palabras le pidió que le armase de caballero. El ventero quedó confuso pero finalmente decidió seguirle la corriente, lo cual agradeció Don Quijote con un hermoso discurso. El ventero siguió pero ya buscando reírse a cuenta de Don Quijote, diciéndole que entendía sus palabras ya que él también había sidocaballero aquí y allá. Dijo también que no había capilla disponible en el castillo, en realidad la venta, como pretendía Don Quijote, para la ceremonia de ser armado, pero que no hacía falta, que se haría la ceremonia siguiendo todos los pasos. Y finalmente le preguntó si traía dinero para la ceremonia, ante locual Don Quijote respondió que no, que nunca había leído que fuera necesario para un caballero, pero el ventero le explico, que aunque no se citara en los libros, el dinero era necesario para un caballero, asó como camisas y una caja de ungüentos para as heridas y otros males que se pudiesen sufrir. Le prometió Don Quijote hacerle caso y sin más se puso a velar las armas en el patio de la venta, tras dejarlas apoyadas contra un pozo, y cogiendo su adarga se puso a hacer guardia, andando alrededor de sus armas, hasta que se hizo de noche. El ventero llamó a los huéspedes de la venta para que vieran tal extraña y graciosa escena, y en esto uno los arrieros alojados en la venta fue a por agua al pozo para sus mulas, apartando para ello las armas, lo que Don Quijote interpretó como una afrenta, advirtiendo y amenazando al arriero, pero este hizo caso omiso, Don Quijote, en lo que él creía su primera batalla como caballero, se puso en combate y propinó un golpe de lanza que derribó al arriero. Tras lo cual volvió a velar sus armas. Pero un segundo arriero llegó, que volvió a retirar las armas de Don Quijote del pozo. Don Quijote volvió a golpear con fuerza de este segundo arriero. Con el ruido salieron el resto de arrieros y gente de la venta, que comenzaron a tirar piedras a Don Quijote, y este, esquivándolas coln la adarga los maldecía y amenazaba a todos, incluido al en su cabeza el señor del castillo que no era más que el ventero, mientras este se afanaba en tranquilizar a los arrieros, explicándoles lo loco que estaba Don Quijote. Tal miedo se apoderó de aquellos, que dejaron de tirar piedras. El ventero aprovechó para ordenar caballero a Don Quijote cuanto antes, explicñandole que el armar caballero en capilla no era necesario y que en allñi mismo se podía hacer y que ya habñia velado las armas lo suficiente. Don Quijote aceptó las razones, pensando además que así entraría en le castillo cuanto antes a atacar a todos los canallas que habían ido contra él. Trajo el ventero un libro de cuentas cualquiera, balbuceó una oración y el dió el golpe y espaldarazo que le consagraba como caballero. Llamó a las cortesanas de la venta para que le ciñesen la espada y la espuela, y Don Quijote, convencido de que eran altas damas, preguntó por su origen y ascendencia, y así lo hicieron ellas, diciendo que eran hijas de un remendón y de un molinero, y Don Quijote les dio los nombres de doña Tolosa y doña Molinera. Subió a Rocinante y abrazado al ventero se despidió de él con palabras del todo extrañas, a las que el ventero asintió brevemente, y sin pedirle dinero por la estancia, le dejo ir.
Capítulo IV: Tras la venta: la aventura de Andrés y Juan Haldudo y la aventura de los mercaderes
Don Quijote emprendió contento el camino, pero enseguida pensó que lo mejor sería volver a casa para, haciendo caso al tendero, coger dinero y proveerse de camisas, y así dirigió a Rocinante, que de tomas formas ya conocía el camino. En esto, oyó que de un bosque venían unos lamentos y se congratuló ante lo que era sin duda para él una primera aventura. Se internó en la espesura y vió a un muchacho desnudo de cintura para arriba atado a un árbol que era azotado por un labrador, mientras aquel prometía no hacer otra vez lo que provocaba el castigo del labrador. Don Quijote, sin pensarlo dos veces, arremetió con duras palabras contra el labrador, prometiendo un castigo por la cobardía que estaba cometiendo con el muchacho indefenso. Viéndole el labrador tan pertrechado de armas, cogió miedo y comenzó a disculparse diciendo que por la negligencia del muchacho perdía una oveja al día, y que el muchacho decía que era mentira, que el castigo era por no querer pagarle el salario que le debía. Don Quijote, sin embargo, al momento tomó partido por el muchacho y exigió que le pagase lo que le debía y que le desatara. Así lo hizo el labrador, mientras Don Quijote preguntaba al criado cuanto dinero le debía. 73 reales, dijo. Pero el labrador añadió que había que descontar zapatos y sangrías (tratamiento médico) que le había pagado, lo que Don Quijote no aceptó, porque a su vez el labrador también le había estando azotando cuando no debía. Asintió el labrador, pero dijo que no tenía dinero allí para pagar al criado y que lo mejor sería este volviera con él a casa. El criado se negó en redondo, convencido de que una vez se fuese Don Quijote, le apalearáía. Don Quijote dijo que el juramento del labrador, caballero para Don Qujiote, sería suficiente para estar seguro de que cumplirá su palabra. El criado, de nombre Andrés, le aseguró que no era caballero, sino Juan Haldudo, el rico. Haldudo juró inmediatamente pagarle la deuda, y así aceptó el juramento Don Quijote, volviendo a dar a conocer quién era. Don Quijote, valeroso caballero. Tan pronto prosiguió su camino Don Quijote, el labrador con buenas palabras atrajo para así al criado, que cŕedulo del juramento hecho por su amo, se acercó a él. Pero así lo hizo, lo cogió el amo y lo volvió a atar a la encina y le dió una buena sarta de azotes, para soltarle al fijan y reírse al final de que fuera a buscar a Don Quijote.
Mientras tnato proseguía Don Quijote su camino, contento de deshacer su primer entuerto y agradeciendo a Dulcinea esa primera aventura. Llegó a un cruce donde dejó a Rocinante elegir el camino. Y al poco, se encontró con un grupo de mercaderes y sus criados. Se quedó quieto en el camino, y cuando llegó el grupo, se le ocurrió ordenarles que afirmasen que Dulcinea del Toboso era la más bella doncellas del mundo. Extrañados y asombrados por las palabras y el aspecto de Don Quijote, un mozo del grupo, burlón, pidió que les mostrase tal doncella para poder afirmar eso, a lo que Don Quijote replicó que afirmar con pruebas no tenia mérito, que lo que había que hacer es creer. Un mercader pidió al menos un retrato, diciendo que aunque fuese tuerta, la tomarían como la más hermosa, tal como pedía. Tomó Don Quijote esto como una afrenta y arremetió con lanza contra ellos, pero Rocinante tropezó y cayó con estrépito Don Quijote, y como estaba con la armadura y otros pertrechos no pudo levantarse, mientras que trataba de cobardes al grupo. Y en estas, uno de los mozos, cogió la lanza, la rompió y con un trozo empezó a dar una buena sarta de palos a Don Quijote, hasta que los mercaderes le dijeron que parase ya, que era suficiente, mientras Don Quijote les maldecía. Se cansó el mozo y siguió el grupo su camino, mientras Don Quijote, maltrecho, se sentía aún dichoso por considerar que eran bagajes del oficio de caballería.
Capítulo V:Vuelta a casa
Viendo que no podía ni levantarse de la paliza que le habían dadp, vinieron a su mente pasajes de los libros de caballerías que había leido, e hizo suyo uno de ellos, invocando en voz alta a su amada. Y en esto pasaba por allí un labrador vecino suyo, que Don Quijote creyó que era un personaje, y siguió con sus fantasías caballerescas. El labrador se acercó, le quitó la visera de la armadura, le limpió la cara y le reconoció al instante como vecino suyo. Recogió sus armas, las puso sobre Rocinante, y como pudo cargó a Don Quijote en su burro, mientras este continuaba con sus delirios. El labrador, viendo sus suspiros, le preguntaba si se encontraba mal, pero Don Quijote seguía en su mundo, por lo que el labrador dedujo, ya seguro, que estaba loco. Le intentó convencer de que ni él ni el propio Don Quijote eran personajes de los libros, que él era Pedro Alonso, su vecino, y Don Quijote, el señor Quijana. Llegaron finalmente al pueblo de Don Quijote, aguardando el labrador a que se hiciese noche oscura para que no le viesen en ese estado. Se llegó el labrador a casa de Don Quijote, donde estaban su sobrina y el ama, que vivían con él, y el cura y el barbero, ambos amigos de Don Quijote. El ama se lamentaba de su desventura, ya que hacía ya tres días que su tío había desaparecido con las armas, y maldecía a los libros de caballerías. La sobrina continuaba contando al cura y al barbero como se alteraba Don Quijote cuando los leía, como cogía la espada y daba cuchilladas por doquier, y se consideraba culpable por no haberles llamado antes, para que quemaran todos los libros, prometiendo el cura que no pasaría un día antes de que se quemasen los que mereciesen ser quemados. Y todo esto lo oía el labrador y Don Quijote sin que ellos lo supieran, y entonces el labrador se presentó, con Don Quijote, pero a la manera de Don Quijote, como personajes de libro. Corrieron los de la casa a abrazar a Don Quijote, que pidió cuidados como si estuviese en un episodio caballeresco, de lo que la ama concluyó que bien cierto era que fueron los libros de caballería los que le trastornaron el juicio. Le llevaron a su cama, siguiendo Don Quijote con su perorata. Finalmente, Don Quijote pidió reposo y fue el labrador el que relató como le había encontrado, de modo que el cura y el barbero volvieron al día siguiente para cumplir con la promesa de quemar los libros.
Capítulo VI: Los libros de Don Quijote
Seguía durmiendo Don Quijote al día siguiente cuando abrieron el aposento donde se guardaban los libros de caballería y encontraron mas de cien. El ama volvió con agua bendita para espantar a los encantadores que pudiera haber. Mandó el cura de barbero sacar los libros de uno a uno para ver de que iban tratando, aunque la sobrina manifestó que prefería que se hiciera directamente un montón con ellos para darles fuego.
El primero resultó ser Los cuatro de Amadís de Gaula que libraron del fuego por ser el mejor de libros de caballería, pero luego mandaron al ama tirar Las sergas de Esplandián, Amadís de Grecia y un montón mas por la ventana al corral, cosa que hizo con gusto. Y asi siguió el cura, haciendo escrutinio (haz clic) e inspección de los libros, mandándolos a la hoguera, pero siempre con una razón de por medio. El de título Espejo de caballerías mandó el cura meterlo en un pozo seco, para posterior inspección, criticando además el hecho de que fuera una traducción, que dijo el cura siempre es en menoscabo de la calidad del original. Llegó el turno de Palmerín de Ingalaterra, que salvó el cura por ser un libro escrito con decoro y entendimiento. Y sin esperar más, dijo que se mandara todo el resto a la hoguera, exceptuando un Don Belianis, que el barbero daba por famoso pero el cura por enmendable en algunas partes, pero que aún así dio permiso al barbero para que se lo llevara a casa, pero solo para leerlo él, y nadie más. Contenta, el ama fue cogiendo todos a montones para tirarlos, y en una de estas se le cayó uno que cogió el barbero y que resultó ser Tirante el Blanco. El cura alabó el libro y decidió finalmente salvarlo, permitiendo que el barbero se lo llevara a casa para leer.
Luego prosiguieron con los libros pequeños, que eran de poesía, que el cura dijo de salvar, porque eran de mero entretenimiento y no hacían daño a nadie. La sobrina pidió que quemaran también, no fuese que a su tío le diese por hacerse no ya caballero, sino pastor como en las poesías o mismamente poeta. Le dio la razón el cura, y empezó a hacer escrutinio de ellos uno a uno, como con los libros de caballería. El primero lo salvó, pero quitándole algunos trozos, y dejando toda la prosa. Mandó a la hoguera los siguientes, mandó enmendar uno de un amigo suyo, salvar otro también de un amigo, dejó que el barbero se llevara La Galatea de Miguel de Cervantes. Guardo los tres siguientes y cansado de seguir en el escrutinio, mandó a la hoguera el resto, pero el barbero ya tenia abierto uno del que dio noticia al cura, que lo salvó, afortunadamente, por ser una obra de uno de los mejores poetas del mundo.
Capitulo VII: Segunda salida de Don Quijote, con Sancho Panza
Y en esto estaban cuando Don Quijote empezó a dar voces, invocando de nuevo en su locura a personajes de aventuras de caballeros. El cura y el barbero, la sobrina y el ama, fueron donde él y le tranquilizaron y volvieron al lecho. Le recomendaron que dado su estado descansase, y asintió él, achacando con rimbombancia su estado a las aventuras fantásticas que había vivido. Se durmió y esa misma noche quemaron todos los libros de la casa, excepto los pocos que salvaron, quemándose sin duda muchos que no lo merecían por ser verdaderas joyas.
El cura y el barbero pensaron como primer remedio para la locura de Don Quijote tapar con un muro el cuarto de los libros, de forma que pareciera que se hubiese esfumado. Pensaban decirle a Don Quijote que había sido obra de un encantador. A los días, despertarse Don Quijote y la primera cosa que hizo fue ir al cuarto de los libros, y empezó a palpar por donde estaba la puerta, extrañado, hasta que preguntó al ama. Esta le contestó que vino un encantador en una nube, que dijo llamarse le sabio Muñaton, entró en el cuarto, y que luego salió por el tejado, dejando todo lleno de humo, haciendo desaparecer el cuarto. Don Quijote creyó a pies juntillas lo contado por el ama, y solo le corrigió el nombre del encantador, que dijo de debía ser otro, que le buscaba para fastidiarle en su batalla contra otro caballero. La sobrina le dijo entonces si no sería mejor que se estuviese en casa tranquilo, en lugar de buscar aventuras de las que saldría siempre malparado. Don Quijote desmintió a la sobrina, dicéndole que nadie llegaría a tocarle siquiera un cabello. No le quisieron contradecir ni ama ni sobrina.
Así pasó unos días aparentemente tranquilo, sin tener ánimo para escaparse de nuevo, conversando on el cura y el barbero, a los que intentaba convencer de la necesidad en el mundo de los caballeros andantes, lo que el cura a veces negaba y otras no. Pero esos mismos dias solicitó Don Quijote a un labrador vecino, corto de inteligencia, de nombre Sancho Panza, que se conviertiese escudero en sus futuras aventuras, prometiéndole el cargo de gobernador de una ínsula o isla que había de ganar. Con esa promesa, Sancho Panza aceptó la propuesta. Los días siguientes Don Quijote los pasó reuniendo dinero, vendiendo cosas que tenía, arregló alguno de sus pertrechos, consiguió otros, y avisó a Sancho Panza de la salida. Este propuso llevar un asno y así lo aceptó Don Quijote, pensando que luego ya le daría mejor caballería a su escudero. Hizo provisión Don Quijote de camisas, y así una noche sin avisar a nadie y en silencio, salieron los dos, con Rocinante y el asno, por el campo de Montiel.
Ya de mañana Sancho Panza recordó a Don Quijote lo de la ínsula, y Don Quijote le dijo que no se preocupara que pronto llegaría, antes de lo que suele ser usanza y que incluso mejoraría el premio. Sancho Panza quedó convencido, pero dudoso a la vez de que su mujer y sus hijos valiesen para reina e infantes. Don Quijote le animó a que no esperase menos, a lo que Sancho Panza asintió, como dijo, teniendo además de señor tan valeroso a Don Quijote.
Capítulo VIII: La aventura de los molinos y el desafío con el vizcaíno
Y siguiendo el camino, se encontraron con unos molinos de viento. En su fantasía, Don Quijote agradeció lo que él creía que iba a ser una nueva aventura en la que tomar parte, viendo en lugar de molinos con aspas gigantes con largos brazos a los que vencer. A pesar de que Sancho avisara de no eran gigantes sino molinos, Don Quijote hizo caso omiso y se arremetió con Rocinante velozmente contra los molinos, dejando tras de sí a Sancho repitiendo sus advertencias a gritos. Fue en balde. Así arremetió Don Quijote lanza en ristre contra un molino, una de sus aspas girando le levantó, volteó y tiró al suelo, haciendo pedazos la lanza y dejando maltrecho al caballero. Se acercó Sancho a socorrerle, reprochando a su señor no haberle hecho caso, a lo que Don Quijote respondió que todo había sido culpa del sabio Frestón, el mismo que había hecho desaparecer el aposento de sus libros, y que ahora había convertido los gigantes en molinos. Con ayuda de Sancho, logró con dificultad levantarse, y siguieron su camino, echando de menos Don Quijote su lanza y contando a Sancho que debería hacer de un trozo de encina otra lanza, así como la hizo un famoso personaje de uno de sus libros. Sancho asintió, pero le dijo que se enderezase encima de Rocinante, de lo molido que estaría de la caida. Don Quijote respondió que no era propio de caballeros el quejarse de los golpes y heridas, lo que Sancho respetó aunque no estuviese de acuerdo -él, desde luego, sí que se quejaría si algo le doliera-. Don Quijote permitió quejarse a Sancho cuando considerare, y en esto llegó la hora de comer, Don Quijote no tenía hambre, pero Sancho sí que dio buena cuenta de la bota de vino, tanto que olvidó el peligro de las aventuras prometidas. Llegó la noche, al fuego hizo de una rama Don Quijote una lanza, pasó la noche desvelado pensando en Dulcinea, mientras Sancho dormía la mona. A la mañana prosiguieron camino. Ya era la tarde cuando Don Quijote advirtió a Sancho que en las aventuras que viviesen no luchara para ayudarle, por estar esta reservada a los caballeros, excepto si los atacantes fuesen gente baja. Asintió Sancho, pero dejando claro si era a él a quien atacasen, sin duda se defendería. Y así se encontraron en el camino de frente con dos frailes, y detrás un coche, con cuatro que iban a caballo y un par de mozos con mula. En el coche iba, según se contará luego, una señora vizcaína que iba a Sevilla, a encontrarse con su marido. Don Quijote vio de nuevo próxima aventura, creyendo que los bultos negros, los frailes, eran encantadores que llevaban secuestrada a alguna princesa en el coche. Advirtió de nuevo Sancho a Don Quijote, que aquellos solo eran frailes, pero tampoco hizo caso Don Quijote. Se paró en el camino Don Quijote y solemnemente conminó a esa "gente endiablada" que dejasen libres a las princesas que llevaban en el coche. Los frailes dijeron que ellos no eran nada de lo que decía Don Quijote, sino meros frailes, y que no sabían nada de quién iba en el coche de detrás. No hizo caso Don Quijote, que arremetió contra ellos, cayendo uno de su mula y saliendo el otro con la suya a todo correr. Sancho Panza se acercó al fraile que estaba en el suelo y empezó a quitarle el hábito, pero se acercaron los mozos del coche preguntando por su proceder, a lo que Sancho respondió que no estaba más que cogiendo el fruto de lo que había ganado en esa batalla su señor. Los mozos, que no entendían nada de aquello, tiraron al suelo a Sancho y lo molieron a patadas. El fraile aprovecho para levantarse e ir detrás de su compañero, para salir de allí cuanto antes. Mientras Don Quijote se acercó a la dama del coche, que tenía por princesa, y con grandes palabras se presentó y pidió como pago a su libertad que fuese al Toboso, y que contase a Dulcinea, su señora, lo que había hecho por ella. Se acercó uno de los escuderos que acompañaban al coche, vizcaíno y por tanto vasco él, y en su habla le dijo "si no dejas coche, ahí te matas". Don Quijote le dijo que si fuera caballero ya le hubiese castigado por esas palabras. El vizcaíno airado, reafirmó su hidalguía, como vasco de nacimiento que era. Don Quijote tiró la lanza y cogió su espada y rodela (haz clic) y otro tanto hizo el vizcaíno con la suya, cogiendo una almohada como escudo. A pesar de que quisieron separarlos, entraron en combate, y en una de estas dio el vizcaíno una cuchillada a Don Quijote por el hombro pasara abajo que defendió con su rodela. Se encomendó Don Quijote a Dulcinea, apretó su espada y arremetió contra el vizcaíno, mientras los demás contemplaban apartados la escena con preocupación y miedo del desenlace de aquella contienda. Pero ahí acaba la narración porque el escritor no supo del desenlace de esta aventura, dejándola para más adelante, cuando en la segunda parte, el segundo autor sí que sepa de su final.
SEGUNDA PARTE
Capítulo IX: Final de la aventura con el vizcaíno
En el anterior capítulo quedó la historia interrumpida, sin que el autor de la historia nos diese noticia de su continuación. Me causó esto mucho pesar y me pareció increíble que nadie tomara el hilo de las aventuras de Don Quijote, más aún teniendo en cuenta su valentía y pundonor como caballero andante. Pensé que quizás el temepo pasado había causado ese vacío en la historia. Pero la casualidad quiso que un día estando en Toledo vi a un muchacho que vendía carpetas con papeles, y como soy muy curioso, cogí uno de aquellos y ví que estaba escrito en caracteres árabes; puse en las manos a un morisco que pasaba por allí la carpeta y comenzando a leer, ya vi la sonrisa en su cara, Le pregunté y me dijo que era por una nota al margen que decía que Dulcinea del Toboso era la mejor saladora de puercos de la Mancha. Oyendo el nombre de Dulcinea. Le pedí que me tradujera el título y así me dijo: Historia de Don Quijote de la Mancha. Corrí hacia el muchacho de las carpetas y le compré todas las carpetas, que si hubiese sabido el tesoro que eran para mí, hubiese hecho un buen negocio. Me aparté con el morisco y le pedí que me tradujese, palabra por palabra, todo lo que estaba escrito en las carpetas, ofreciéndole un buen precio. Le traje casa y en ella estuvo un mes y medio hasta que tradujo todo.
En la primera carpeta estaba dibujada la batalla con el vizcaíno, poniendo debajo de él Don Sancho de Azpeitia, y Don Quijote, debajo de nuestro caballero. También aparecían Rocinante y Sancho Zancas, seguramente porque además la panza, tenía también patas largas. Y sobre lo escrito, si hay algo de mentira, será porque el escritor, moro él, es de una raza mentirosa, y además será por quedarse corto en contar las hazañas de Don Quijote. En fin, que contando la batalla, decía que esta era de gran furor. El vizcaíno descargó primero su golpe, pero la buena suerte quiso que la espada se torciese y que solo arrancara parte de la celada y media oreja de nuestro caballero, viniendose al suelo maltrecho. Tal fue la rabia que sintió que se alzó de nuevo y descargó un golpe brutal sobre la cabeza del vizcaíno, que cayó ensangrentado de su mula. Don Quijote saltó de Rocinante y le pidió la rendición bajo amenaza de muerte. Las señoras del coche, que habían seguido toda la batalla, le rogaron que perdonara la vida al vizcaíno. Aceptó Don Quijote, pero con la condición de que se fuese al Toboso y se presentase a Dulcinea. Las señoras prometieron que su escudero cumpliría sus deseos, aunqeu ni siquiera preguntaron quién era Dulcinea. Y así Don Quijote dejó con sus heridas al vizcaíno, sin hacerle mayor mal.
Capítulo X: Los graciosos razonamientos entre Don Quijote y Sancho panza
EN PROCESO
Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
"Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes: resumen por capítulos" (en línea) Enlace al artículo
Última actualización: 22/09/2024
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