La busca, Pío Baroja: resumen por capítulos
La busca es una novela de Pio Baroja. Es la primera novela de la trilogía La lucha por la vida, junto con Mala Hierba y Aurora roja. La trilogía recoge el itinerario vital en forma de ascenso social entre 1888 y 1902 del joven Manolo Alcázar, desde que es un recién llegado a Madrid hasta que llega a ser dueño de una imprenta.
RESUMEN POR CAPÍTULOS
Capítulo 1
Han dado las doce en el reloj de la casa de huéspedes de doña Casiana. Las doce, supuestamente, porque a lo minutos se oyen las campanadas de la iglesia. No importa, el tiempo es algo relativo. En todo caso, es de noche las hora de los maleantes, la hora de retirada para otros. En casa se encuentran doña Casiana, la sirvienta Petra, mujer con una tristeza gris, flaca y envejecida, y un viejo señor. Al dar las doce en el reloj, doña Casiana se despierta y llama a Petra para avisarle de que al día siguiente hay que pagar al panadero; enseguida, ve luces en la casa de huéspedes de enfrente y gente elegante. Eso, eso produce, dice la señora, mostrando envidia por el éxito de la competencia. Petra no hace ningún comentario. La señora echa de menos ese tipo de clientes en su casa, y no los que tiene ahora, las hijas de doña Violante y el cura, que no le pagan a su debido tiempo. Cierra los ojos y sueña con una casa de huéspedes exitosa amueblada a lo grande y una clientela joven con clase. La Petra se retiró a su cuatucho oscuro y pudo dormir un par de horas, ya que la despertaron la hijas de doña Violante, que habían estado buscando clientes en los jardines sin éxito. Oyó como uno de los balcones se abría, y luego enseguida la voz de la patrona gritando que saliera del balcón, que no quiere que su casa parezca lo que no es, esto es, un burdel. Que para eso, que vaya a la casa de enfrente. Se oyó como se cerraba el balcón, una conversación en voz baja y el canto de un grillo.
Capítulo 2
Llegó la mañana a la ciudad, que empezó a llenarse de vida, y así también a la casa de huéspedes de doña Casiana. El portal de la casa era angosto y osucro y en un cuartucho que llamaban portería se veía una mujer gorda y muy morena con un niño largo y enclenque. Si se le preguntaba algo, por lo general contesta desagradablemente. La escalera era también oscura y con olores rancios y sospechosos. Sólo de noche cuando encendían el farol podía verse claramente la puerta de la casa de huéspedes, que si se abría mostraba un mundo en tinieblas. En la entrada había una mesa y un organillo. Cuadros mediocres, en opinión del a dueña valiosísimos, jalonaban el pasillo, frecuentemente con escenas religiosas. Las alcobas presentaban un aspecto desaliñado y sucio, con ropa tirada por el suelo. Los huéspedes se iban levantando, primero unos viajatenes, el cura y el contable, cuanto más tarde mejor para doña Casiana, que así les hacía un desayuno escasísimo, que normalmente ya de por sí era escaso. Las últimas, las hijas doña Violante. Había también una vizcaína, con unos pechos impresionantes. Y la señora que la decían la Baronesa. Luego de levantarse llegaban los chismes.
La vizcaína dijo que Irene, una de las hijas de doña Violante, había metido un hombre de la vecindad en su alcoba. Doña Casiana dijo que ya le iba a cantar las cuarenta, mientras que la vizcaína propuso pillarles in fraganti. Petra preparaba el almuerzo, un huevo frito más bien pequeño y un bistec reseco. Había recibido una carta de su cuñado diciendo que su hijo Manuel venía a Madrid, porque allí en el pueblo de Soria no hacía nada. Petra estaba preocupada, no entendía la razón del todo. Tenía dos hijos y dos hijas, las dos hijas trabajando como criadas en buenas casas, el hijo pequeño melancólico y paradito; Manuel en cambio vivo y de espíritu inquieto y díscolo. Le recordaba a su difunto marido, maquinista de tren, enérgico y malhumorad siempre, con el que se llevaba fatal. Vivían bien económicamente pero siempre con peleas en casa, tras llas cuales Petra no hacía otra cosa que llorar. Un día el marido se cayó del tren y murió. Petra dejó la casa que tenían alquilada, en la que tenía también a pupilos, vendió los muebles, puso a sus hijas a servir, dejó a sus hijos con su cuñado que era jefe de estación y se vino para Madrid. Y ahora venía su hijo y sus planes quedaban trastocados. Mientras pensaba todo esto, en la pensión el ambiente de siempre, se oían barullos en la vecindad y ella estuvo preparando un caldo de huesos de carne, que no tenían nada de carne. Con ese régimen, los huéspedes estaban hechos unos figurines. Despues de servir esa comida, salió a la estación a recibir a su hijo.
Manuel, su hijo, había salido de Almazán a la mañana temprano en un vagón de tercera. Tuvo que hacer transbordo. Finalmente pudo dormir algo, pero poco y mal, en esos asientos tan duros. Pero salía contento de Almazán donde sus tíos no le demostraron nunca afecto, al contrario de con su hermano pequeño. Él era, ciertamente, un espíritu libre, no legustaba la escuela y gustaba de correr por el campo. El curoa decía a sus tíos que no acabaría bien, a diferencia de su hermano. Llegando a Madrid pudo ver sus barriadas míseras. En el andén le costó encontrar a su madre, que le preguntó la razón por la que venía. Manuel simplemente dijo que le preguntaron si prefería el pueblo o Madrid y dijo que el pueblo. Sin más. Le contó a la madre que su hermano estudiaba mucho. Dijo que tenía mucha hambre y en la casa de huéspedes le dio de cenar y le tendiño un colchón en el suelo de su alcoba. Manuel empezó a oír un barullo fuerte que no le dejaba dormir, y es que en el pueblo el silencio era total. Preguntó qué pasaba y Petra dijo que habían pillado a la hija de Violante con su novio. Que durmiese. Se oyó la música del organillo de la entrada.
Capítulo 3
estamos en ello
Como citar: Sarasola, Josemari (2024) en ikusmira.org
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Última actualización: 02/11/2024
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